Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Calquiera se dice interesado en atacar la corrupción. No hacerlo es políticamente incorrecto. Releyendo pasajes de uno de los tantos proyectos de ley que han sido utilizados para ambientar el debate en el Congreso se leen frases como la siguiente: “es imperativo reconocer la corrupción como una degradación moral”.
La corrupción, se da a entender acá, no es estrategia de nadie ni hace parte sustancial del mundo de la política. La corrupción habita por ahí, en alguna parte, por fuera de los cálculos y las racionalidades de los que la practican. Es un virus. Un vicio. Una enfermedad que carcome... o cualquier otro lugar común que sirva de pretexto para describir lo etéreo.
De acuerdo a los que redactaron el proyecto de ley, la corrupción es una “degradación moral”. Una conducta que fue de mal en mal hasta hacerse menos. Y lo que sea que eso signifique es “imperativo” reconocerlo. Los autores de semejante Tratado Lógico de Costumbres Bárbaras pertenecen al Centro Democrático. Aunque hay muchas razones para ironizar sobre el tema (hasta muros de la corrupción pidieron los mismos que llenarían ciudades enteras de ex buenos muchachos), lo cierto es que cada grupo político tiene su propia reforma en mano. Se espera que el Congreso investigado sea el que investigue.
El fiscal de la Fiscalía con fiscal anticorrupción corrupto (leyó bien) no se iba a quedar atrás y ya presentó su proyecto. El Gobierno tiene sus ideas. La Procuraduría también. La oposición, como ya se vio, se puso creativa. En general por esa misma vía todos le apuntan a más leyes y más penas y más Comisiones de Moralización y más Jurisdicciones excepcionales y más zares y estatutos y consejerías y observatorios. No tardará el mismo uribismo de los muros en gritar que se requiere de un fujimorazo.
En medio de este panorama Claudia López logró sacar adelante, desde la independencia verde, una propuesta esperanzadora y, esa sí, imperativa.
