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Jerarquías

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Nicolás Rodríguez
02 de agosto de 2013 - 11:00 p. m.
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De las muchas observaciones impactantes que se pueden leer en el informe ¡Basta ya!, del Centro de Memoria Histórica, una que llama la atención plantea lo siguiente: “Debido a sus particulares relaciones con la tierra y a sus características socioculturales, las comunidades indígenas y afrocolombianas han resultado especialmente vulneradas por las dinámicas de la guerra”.

Léase bien: resultar más vulnerable por la guerra no es sinónimo, de ninguna manera, de ser más víctima que otra víctima. Sin embargo, sí quiere decir que si se es una persona indígena o afrocolombiana, hay más posibilidades de ser victimizado en el contexto de un conflicto como el que se vive en Colombia desde hace más de cinco décadas.
Ahora bien, lejos de la corrección política requerida para elaborar un texto que de una u otra forma proviene del Estado, a futuro también habría que pensar en la posibilidad de que en efecto exista entre nosotros, y tras tantos años de conflicto, una jerarquía de víctimas; una jerarquía cuya especificidad estaría, por ejemplo, en la capacidad que tienen los grupos de víctimas para movilizar agendas e imponer (o por lo menos negociar) como válidas sus propias memorias.
Este es un tema que, como quiera que trata con el dolor de las personas, está plagado de trampas éticas que pueden llevar a que las víctimas terminen compitiendo en una espeluznante carrera de observación por quién sufre más. Y ello si no conduce, de plano, a una segunda victimización.
Hecha la aclaración (lo que acaso no sirva para mucho...), bien vale la pena tomar en serio el lugar desde el que la víctima asume su victimización. Pues no hay demasiadas razones para considerar que porque se fue reconocido como víctima, lo que ya supone un avance en términos de inclusión legislativa, necesariamente se deje de pertenecer al grupo de los candidatos a ser victimizados.

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