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Aprobó reformas que no lo eran con el cuento de que no las había leído y se hace el loco cada que le piden que no se acomode a los avales que riñen con los supuestos éticos de su colectividad. Ese es el joven Gaviria que ya suena para presidente de Colombia. El llamado a renovar.
Un “juniorcique”, que es como en Méjico les dicen a los delfines cuyos padres conciben el destino del país y el futuro de sus críos en una misma fotografía. Pero ese no es el problema. Juniorciques tenemos en todos los frentes. Pastrana, que ya lo era, impulsa su propio pichón. Como lo hacen Serpa y Garzón, pues no se necesita haber llegado al solio presidencial para tener aspiraciones reeleccionistas.
Es más, hasta la tragedia execrable es trampolín. A falta de uno tenemos tres galanes. Y como con Méjico, en donde se habla de los cachorros de la revolución, es bien probable que otro precio de un proceso de paz exitoso sea el voto por los nietos de cualquiera que se decida a dejar de una buena vez por todas las armas. Y a eso le llamaremos, para bien, democracia.
Luego el dilema no está en la sola permanencia de los delfines que nunca estarán en vías de extinción. Además de lo rápido e inmerecido de muchos ascensos políticos (ahí está Paloma Valencia, tan uribista, tan vehemente y tan obediente), la verdadera bofetada proviene de lo impermeables que son a toda metida de patas. Cualquiera sea el error que cometan manejando un cargo político que debería ser de vida o muerte, siempre se les regañará en privado, con caricias y compresión.
¿Que no debió simoncito permitir que el procurador fuese bendecido por el Partido Liberal que defiende las minorías y técnicamente le apuesta a una agenda progresista? Pues muy mal hecho. Tonto, tonto, tonto. A tu casita en el árbol ya mismo, que ahora vamos a jugar a ser el presidente.
