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En su última columna Plinio Apuleyo Mendoza vuelve a la carga, casi que rejuvenecido podría decirse, de tan perseverante que es, con los temas de hace rato y las estrategias de siempre. Como llamando lista, enumera una a una sus preocupaciones, en un ejercicio de fin de año que los historiadores del mañana le sabrán agradecer: nunca tan claras estuvieron las cuentas (que no los cuentos) de la extrema derecha.
Se nos dice que el ejército está desmoralizado, que la justicia (y no la violación de los derechos humanos) es su enemiga, que los soldados le corren más a las medidas judiciales que a las balas, que hay sesgos ideológicos. En fin, que María Isabel Rueda tiene toda la razón. De acá, la hoja de ruta pasa al negacionismo. En aras de la defensa de un General condenado, Apuleyo deja caer el ya tradicional “la supuesta masacre de Mapiripán”, con lo que también vuelve a la orden del día la importancia histórica de la Justicia Militar. Un inamovible.
Y entonces, después del tedioso repaso a la tarea, el dedo señala una vez más hacia la defensa de Plazas Vega. Otro clásico. Aunque en esta ocasión con una ligera variación: se nos informa sobre una amenaza (o se nos amenaza, que para el caso es lo mismo): Si el general que defendía la democracia (no es por eso que se lo está procesando, pero pasemos) no es absuelto, caerán sobre Colombia los rayos y las centellas de los estrados internacionales.
¿Y quiénes conforman estas desinteresadas instancias preocupadas por impartir la verdadera justicia? The Inter American Institute, una ONG fundada hace pocos años en los Estados Unidos con el objetivo, no declarado, de impulsar cuantas ideas reaccionarias sean posibles camuflar en enrevesada dialéctica filosófico-religioso-godo-soporífero-propagandística. Capitanea el dichoso barco Olavo de Carvalho, el brasileño que ve en el presidente Obama a un “mentiroso patológico” (así se lo dijo a ese otro justo e imparcial entrevistador que es Fernando Londoño), y que le ha dedicado la guerra abierta, desde lo que promociona como pensamiento social, a todo lo que huela a revolución en América Latina (y otro tanto ha dicho sobre gays, homofobia, aborto y demás temas que tanto suelen perturbar).
¿Que porqué no han traducido las obras de tan ilustre pensador al castellano? Londoño le sopla una posible respuesta: a los comunistas sí les publican todo el sartal de matonerías que convierten en memorias. Vale, hasta razón tendrá. Un buen amigo, en plan de mofa, suele posar feliz con una camiseta en la que el Che Guevara sale con una camiseta del Che Guevara. Pero de ahí Carvalho, nada tímido e igual de incisivo con el habla (dicha sea la verdad), se lanza una teoría que bien vale la pena retomar: el control de la cultura reposa en los revolucionarios (que en este contexto casi que son, indistintamente, los comunistas, la gente de izquierda, los guerrilleros, los asesinos, los terroristas), en Brasil y toda América Latina (incluida, dice, Colombia). En otros términos: la misma cantaleta de la añeja izquierda radical que en Colombia, como lo repiten las Farc en sus comunicados, considera que los medios de comunicación le pertenecen a la oligarquía. Solo que al revés.
Esa es, pues, la amenaza que se cierne sobre el país (y que el columnista se tomó la molestia de presentarnos): el mal de ojo de una corriente de pensamiento conservador tan extrema y loca como la de cualquier guerrilla radical. Y con eso es que quieren refundar la justicia en Colombia, que porque está politizada.
