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La chispa

Nicolás Rodríguez

04 de febrero de 2011 - 10:19 p. m.

Al margen de las consignas ideológicas, con ninguna proclama religiosa y sin acudir al uso de explosivos el tunecino Mohamed Bouazizi, de 26 años, le prendió fuego a su cuerpo el 17 de diciembre de 2010.

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Venía de intentar una denuncia ante las autoridades por el atropello al que fue sometido cuando la policía le arrebató el puesto de frutas y verduras con el que le hacía el quite al desempleo. Uno de los policías lo golpeó y otro lo escupió. Como la queja no surtió efecto, el joven se inmoló.  Ahí mismo, en el lugar en el que la puso.

El acto no infundió terror pero sí respeto. Su madre afirma que no lo hizo porque fuese pobre, que lo era, sino porque había sido humillado. Igual opinión emitió el corresponsal que cubrió la nota para Al Jazeera, quien también negó que Mohamed fuese un ingeniero de sistemas, como tanto se ha dicho, pero agregó que era una persona bastante popular en la ciudad de Sidi Bouzid.

Como sea, por desespero o dignidad, la juventud tomó nota. Las marchas y protestas se desencadenaron, los jóvenes salieron a las calles y la policía, nada tímida, recurrió a la fuerza. Varios muertos después el entonces presidente Ben Ali, que gobernó durante 23 años ininterrumpidos, visitó a un Mohamed moribundo y ya forrado en vendajes, le sacó una foto, recibió a su madre en el palacio presidencial, ofreció 20 000 dinares tunecinos (25 millones de pesos) y se comprometió a conseguirle un empleo a Leila, la hermana.

Pero ya era muy tarde. Mohamed murió el 4 de enero y a su entierro asistieron 50 000 personas. De la injusticia nació una revolución. Ben Alí, consentido de los Estados Unidos (y de Francia, Italia y España) tuvo que huir del país.

Ahora las protestas están en Argelia, Yemen y Jordania. Amenazan con tumbar, en Egipto, a Hosni Mubarak (otro mimado de los Estados Unidos, en el poder desde 1981) y ya hay incluso quienes se preguntan si el calor de la indignación llegará a Arabia Saudita, que también apoya a Mubarak y además recibió al depuesto Ben Alí.

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Y todo tras un suicidio lento y doloroso (como espectacular), que no fue el primero pero tampoco el último. Pese a que la práctica (que está prohibida por el islam) es reciente entre los países de África del Norte, tantos jóvenes han hecho del fuego su protesta que en el periódico argelino El Watan, visiblemente preocupados publicaron un especial bajo el título de “Me quemo, luego existo”.

Sin duda, un grito extremo.

nicolasidarraga@gmail.com

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