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La ciudadanía de a pie

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Nicolás Rodríguez
22 de julio de 2016 - 08:12 p. m.
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Desde que fue publicada y discutida en la prensa, la carta de reconciliación que le envió Santos a Uribe ha sido leída desde tres posturas irreconciliables que ya son habituales a la hora de desmenuzar este tipo de artefactos.

En la esquina de los malpensados y perspicaces de siempre habitan los cínicos. La izquierda tradicional y menos crédula comparte cobija con los seguidores más ariscos del propio Uribe. En el papel son gato y perro. En la vida dominical frecuentan las mismas corridas de toros. En las entrañas de esta corriente literaria, la carta fue rechazada por tratarse de la estrategia de un vanidoso.

En la mitad del espectro de estas tres casas literarias anidan los realistas: reconocieron el gesto como amigable, entretenido y perfectamente inútil. Las carticas, parecería, son poca cosa frente a la verdadera táctica que es preciso desplegar para que gane el sí a lo acordado en La Habana. Entre los realistas hay una tendencia a exagerar la importancia de la racionalidad de todo el proceso. Por ahí andan los hiperrealistas a los que la comunicación les resultó demasiado cariñosa y emocional (léase amanerada o femenina por venir “desde el fondo de mi corazón”). Algunos leímos una carta, otros descubrieron una esquela.

En las antípodas de los cínicos y a un paso de los realistas se mantienen los optimistas, una especie que en Colombia se suele emparentar de una manera peyorativa con la figura local del ciudadano de a pie. El hábitat de los optimistas, dirán los cínicos, es la ignorancia. Los optimistas son ese mismo ciudadano de a pie que requiere ser informado, guiado y educado porque tiene la madurez política de un aguacate verde. Un impúber, pontificarán los realistas.

La respuesta de Uribe, bastante negativa, legitima las posturas de los cínicos y los realistas. Las posibilidades de la paz, sin embargo, dependen de los optimistas y sus infantilizados ciudadanos de a pie.

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