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Contrario a lo que predicaban las encuestas y los expertos en política electoral francesa, se impuso una coalición de izquierdas: el Nuevo Frente Popular, con 182 escaños. Formado por la Francia Insumisa, de Jean-Luc Mélenchon, el Partido Socialista, los Comunistas y los Verdes, tampoco parece fácil que se decidan por un único candidato que pueda liderar (más que una coalición, se trata de una alianza electoral). Le siguió el partido de Emmanuel Macron, Ensemble (Juntos), con 168 escaños. Y en tercer lugar llegó, con 143, el Reagrupamiento Nacional de la extrema derecha. El que todos daban por ganador.
Con los resultados obtenidos, la izquierda y el centro tendrán que llegar a un acuerdo, pues ninguno tiene las mayorías para gobernar en la Asamblea Nacional. Hay alegría ante la contención de la extrema derecha, como quiera que el centro y la izquierda lograron reaccionar a tiempo. Pero la pifia de los que predecían que Francia iba irremediablemente hacia la extrema derecha no fue total.
El Reagrupamiento Nacional llegó para quedarse. El fantasma de la extrema derecha sigue siendo real. Avanza, así parezca que retrocedió. Lo explica el profesor Frédéric Mérand: si tomamos en cuenta la historia reciente, el partido de la extrema derecha mejoró sus resultados y hoy cuenta con un peso considerable. Impensable hace 10 años. La idea de un nuevo panorama político francés en el que los ataques a las minorías raciales ganan legitimidad sigue siendo cierta. Perdieron la batalla, dice Mérand en entrevista con el diario Le Devoir, pero no la guerra. El objetivo son las elecciones presidenciales de 2027. Con el agravante de que se trataría de un partido político compacto y organizado, homogéneo, que cuenta con un electorado numeroso y estable.
Ante los resultados, insiste Mérand, la reacción del grupo Reagrupamiento Nacional fue la esperada: se quejan de que todos, desde la izquierda y el centro, se unen para impedir que gobernemos. Y en eso, por fortuna, tienen razón.
