Para los que todavía dudan de la utilidad del proceso de paz existen organismos especializados en hacerle un seguimiento estadístico a las bondades prácticas del desescalamiento bilateral y recíproco de la violencia.
En realidad nos hablan de “conflicto” y no de “violencia”. Y lo de “bondades prácticas” es una interpretación personal de los datos, las cifras y comparaciones. Pero la información está ahí, a la vuelta de un click. En un boletín reciente, el Centro de Recursos para el Análisis del Conflicto (CERAC) resalta que el semestre que pasó es el de menor intensidad en materia de víctimas, combatientes muertos y heridos en 51 años de conflicto armado. Un argumento irrefutable.
El desescalamiento le ofrece una opinión de peso a los que no saben todavía si su voto será a favor o en contra de lo acordado en La Habana. Las bondades no solo son visibles, medibles, tangibles, prácticas. Son éticas. Y si todavía hay ceños fruncidos (que también el cínico tiene derecho a la ciudadanía), las cifras podrían ser contrastadas con las fotografías de Jesús Abad Colorado. Esa es otra forma de sacar las cuentas y leer los números.
En el archivo fotográfico de Abad hay una definición visual de la palabra “escalamiento”. Todo el que no tenga elementos de juicio para apoyar la paz puede detenerse en alguna de las publicaciones del fotógrafo que sacó el conflicto armado de los periódicos y las chivas noticiosas para acercarlo a las ciudades. En sus fotos el conflicto no escala (y desescala) en tonos, curvas o índices: simplemente ocurre.
En su libro Contra el olvido, por ejemplo, un joven le apunta con cuidado un botón de la camisa al cuerpo sin vida de un hombre. La foto congela el momento, retrata el espacio. Sin embargo, también acelera el tiempo. La postura y el gesto del niño son de viejo. Está en San Carlos, Antioquia, en 1988. Y la guerra le acaba de suceder.