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El evento inaugural de la Comisión de la Verdad fue una buena prueba de lo que nos espera. Lo impensable hace unos años se concretó: un militar, un exparamilitar y un exguerrillero de las Farc ofrecieron un corto relato en un mismo espacio. Se comprometieron, además, a defender el derecho a la búsqueda de “la verdad”.
El empresario Henry Éder habló del secuestro y asesinato de su padre, ocurrido en 1965. “Tuvimos la fortuna de que lo encontraron muerto a las tres semanas”. Otros no tuvieron esa suerte. Nunca aparecieron. Esta es una entre miles de voces que los comisionados recogerán. Como lo indican los estudiosos de otras comisiones que han facilitado procesos de justicia transicional, la verdad no existe en singular.
Cualquiera que lea los informes del Centro de Memoria Histórica constatará que la raza es un factor de victimización. Como lo es el género. La edad. La clase social. La región o el territorio en donde se nace. De acá la importancia del trabajo de un grupo especializado y diverso de comisionados, capaz de integrar múltiples verdades.
La Comisión de la Verdad pretende generar una narrativa plural del conflicto en la que las víctimas se reconozcan. No es una tarea propiamente fácil. Las posibilidades de fracaso son altas, con todo y la buena disposición de los participantes. Por mucho que se esfuercen los comisionados para valorar y contrastar información relacionada con el conflicto armado, poco o nada se habrá logrado si no hay quien escuche.
Las verdades se construyen.
La no asistencia del presidente Iván Duque en el día histórico del inicio de la Comisión de la Verdad no es un simple gesto de desprecio o una señal de indiferencia. No estamos ante un desplante o una jugarreta política más del Centro Democrático. Se agradece la presencia de un representante de la administración en el evento, pero el proceso arranca mal.
