Ante la muerte del escritor, varios son los políticos que le jalan al lloriqueo público.
Un mal menor comparado con los que se legitiman a sí mismos incorporándolo a sus proyectos. O los que de plano se apropian de su nombre: nuestro Gabo, Gabo mi amigo, Gabo y yo.
Al presidente Santos le tocaba salir con algo reposado, religioso y muy en su sitio, como es de rigor: una alocución en elegante paño con una virgencita a lo lejos, el recorderis de su amistad (Gabo mi hermano) y la oportunista referencia a la paz. No llegó al límite de rezarse una reelección nuestra que estás en el cielo, pero nos regaló por decreto unos cuantos días de duelo nacional.
Una señora que ya funge como parlamentaria electa por el Centro Democrático escribió: “que se pudra en el infierno”. Sin duda, lo más cerca que hemos estado de la sinceridad. Le salió del alma pero le rebotó en el cuerpo tan pronto la indignación obligó al retiro del trino. Las huestes uribistas, que de cualquier forma así es como piensan de todo “izquierdoso” sin premio, le salieron al mal paso de su coequipera con una rancia esquela escrita en perfecta poesía patriotera: “este colombiano caribe, que engalanó los anales de las letras universales…”. Gabo, la patria y el universo.
Pero el mal ya estaba hecho. La reacción mediática fue tal entre los serísimos defensores de las buenas maneras que de una frase de odio político se pasó a una escena de linchamiento virtual. Y ello en nombre de García Márquez, para dicha y gracia de lo poco ceremoniosos y sobreactuados que son sus personajes. “No hay nada más aburrido que el cine moral”, les diría a todos el alcalde de La mala hora, que no era propiamente el bueno en la historia.
En fin, recién se fue García Márquez y ya aparece, a lo cerca, toda la zalamería de la que tanto se burló.