Cualquiera sea la risa nerviosa que pueda producir la pésima idea de la reelección del caudillo, el desespero e inconformismo ante el caos de su gobernabilidad, la frustración con las malogradas reformas o la justa preocupación tras sus piruetas retóricas e incendiarias (lo del golpe blando como teoría fáctica y demás), es posible tomar distancia de la andanada de malas interpretaciones con que ha sido descontextualizado el senador del Pacto Histórico, Wilson Arias.
Posible y justo, como quiera que se le ha acusado de defender guerrillas que en realidad estaba cuestionando.
El video de la discordia no ha sido borrado, como sí lo fue un supuesto tuit suyo insistiendo en lo que nunca dijo, pero debidamente replicado una y otra vez en redes sociales y portadas digitales. “Le pregunto públicamente a la insurgencia colombiana si es un acto revolucionario o de liberación nacional emprenderla contra un Gobierno que procura la paz con justicia social”: hiperbólico y trasnochado, si se quiere, pero difícil leer en esa frase una invitación a que las guerrillas del ELN, el Estado Mayor Central y demás “alzados en armas” se sumen a los fines políticos del Gobierno a través de las armas. Más bien lo contrario. Que por favor cesen la violencia.
Sin embargo, no faltaron los que sugirieron alegremente que estábamos ante una política de amedrentamiento y chantaje. La promesa de una guerra civil. Una acusación peligrosa y gratuita, sin duda. Además de contraria a toda la retahíla de buenas, sanas y razonables costumbres argumentativas que suele predicar el centro político. Básicamente, de muy mala leche.
La declaración contra la insurgencia llega tarde, eso se le puede criticar a Arias. El despelote de la paz total se cobra en vidas. La intervención del senador constituye, de hecho, la aceptación de lo pésimamente mal que van las negociaciones de paz. Pero si algo, es igualmente arriesgada. Y valiente.