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La red

Nicolás Rodríguez

19 de febrero de 2016 - 09:00 p. m.

El resumen noticioso de lo ocurrido en una infame playa argentina indica que un grupo de personas sacó un delfín pequeño del mar y ocasionó que muriera deshidratado mientras le tomaban fotografías.

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Para fortuna de los niños presentes, un adulto responsable tomó la iniciativa. Se acercó al animal encallado en la arena y lo tomó con cuidado en sus brazos. El animal fue alzado con delicadeza, tocado, rotado y manoseado por una manada alegre de curiosos. No habrá faltado el considerado que pensó en untarle protector solar.

El resumen periodístico no falta a la verdad, pero es bastante falso. En el relato convencional de los que registraron la escena el delfín murió en la arena, seco, rodeado de admiradores. Los defensores de los animales agregarán que el principio es el mismo del que aplaude en las corridas, diseca animales o colecciona mariposas: prácticas de otra época, llamadas a recoger.

La actitud de los presentes hasta se parecía, dirán, a la más desvergonzada cacería de animales salvajes que practican por igual los reyes españoles o los narcos colombianos (y los dentistas gringos). Pero lo cierto es que el animal murió en una realidad paralela, como Instagram. O quizás en Facebook. Tal vez en Snapchat.

La escena es más miedosa que patética. La protagonizaron en Santa Teresita, pero ha podido ocurrir en cualquier otro balneario. El subgrupo sociológico que cuenta no es el argentino. La identidad que se recordará tampoco es la del latino. Acá el depredador universal es uno solo. Por definición no tiene fronteras, arpones, enormes barcos o atarrayas. Es un mercenario que sonríe y posa, armado con diminutas cámaras que disparan fotografías. Es un turista.

Lo dramático es que nadie está a salvo. Cualquiera puede caer en las garras de una turba de retratistas. Los que no asistimos a la pornográfica entecada del animal lo enterramos en internet con gestos de reprobación. El delfín, sin embargo, perdió su vida en la red.

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