De Rodolfo Hernández sabemos que tiene una obsesión con acotar el gasto público y que convirtió la lucha contra la corrupción en el combustible de su rodolfoneta. Cualquiera sea la verdadera capacidad del candidato presidencial para garantizar que estos dos temas se cumplan, sigue siendo un enigma. Como también lo es si tan poco será suficiente para gobernar un país como Colombia, en transición hacia un futuro más justo y menos violento.
Está claro que, además de los seguidores reales del ingeniero, en la rodolfoneta viajan uribistas purasangre, uribistas moderados, enemigos acérrimos de Petro, votantes indecisos, amigos huérfanos del centro, voces conservadoras, maquinaria tradicional y fuerzas supuestamente alternativas como lo fue en su momento el Nuevo Liberalismo.
Los tripulantes de la rodolfoneta no son vergonzantes y además hay sillas suficientes para el que quiera subirse. La rodolfoneta es una chiva, lo que quizás habla bien de su capacidad para aglutinar diversas y variopintas posturas.
El problema está en el paradero final y lo vacía que está la silla del conductor.
No hay un proyecto político coherente en el plan de gobierno de Rodolfo Hernández. Como gran cosa se nos señala que estamos ante un reformista que supo capitalizar el descontento. Lo que ocurra después no está garantizado. Cuando lleguemos miramos. O esa es la idea. El cambio por el cambio, sin embargo, es más de lo mismo.
Las luces sobre un posible gobierno del ingeniero provienen de sus asesores. Con insólita candidez los gurús que representan a Hernández han explicado que se trata de un buen candidato para las redes sociales. Uno moldeable, vendible y en últimas digerible. Un producto con sabor a lo que se requiera. Además de reemplazable con cualquier otro avatar.
El destino de la rodolfoneta es desconocido y de parte del candidato no hay indicaciones. Circula, pero no se sabe hacia dónde. Si hacia adelante o en reversa. Quizás en contravía y por el carril de siempre. Hacia la derecha.
