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La Santamaría hace historia

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Nicolás Rodríguez
15 de junio de 2012 - 11:00 p. m.
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Lo único más deprimete que haber ido alguna vez al zoológico Santa Cruz a ver tigres tristes y famélicos es haberse topado, de frente, con toda la empañoletada y rimbombante fanaticada que tienen los toros en Bogotá.

En general, una inusual mezcla de procuradores de extrema derecha con cronistas del toreo y de críticos acervos de los hijos de los presidentes con los hijos de los presidentes, los amigos de los hijos de los presidentes y los invitados de los amigos de los hijos de los presidentes. Como bien dicen, toda una fiesta.

Que por supuesto está por acabar. O a la que el alcalde Petro, con lo que sus críticos califican de “alcaldada” (“acción imprudente que ejecuta un alcalde abusando de la autoridad que ejerce”), ha querido retirarle el apoyo distrital por considerar que el maltrato animal está mandado a recoger. ¡Una prohibición!, gritan sus malquerientes, ahora amigos todos del credo liberal (incluido el procurador, que ha prohibido todo lo que había para prohibir).

El término “alcaldada” nos lo recordó recientemente Antonio Caballero, quien lo desempolva cada que algún alcalde osa intervenir en la fiesta taurina: en 2003 el turno fue para Mockus por prohibir el ingreso de licor en las botas. “Nunca, en la historia de la Santamaría, se han presentado hechos reprobables porque los aficionados, aun estando borrachos, hayan perdido el control”, escribió en ese entonces el autor de la entrañable Sin remedio.

Y es que claro, en un público tan notable no puede haber excesos. ¡Faltaba más, caray carachas! Ahora está por verse si es cierto aquello de que “los aficionados a los toros son —somos— débiles”, como también lo indicó Caballero. Pues no parece creíble que tan selecto material de las sociales se vaya a cruzar de brazos a la espera de que Petro, en quien no encuentran el refinamiento suficiente para apreciar el Gran Arte, escoja a cualquier poeta de tres pesos y sin los pergaminos coloniales requeridos para declamar en la honorabilísima Plaza de Santamaría.

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