Con tantas y tan lamentables noticias de orden público, más de un político ha salido a reencauchar ideas viejunas sobre la seguridad y cómo alcanzarla, la misma seguridad que el expresidente acusado por cometer actos criminales promete recuperar si y solo si lo dejan en libertad.
“Cada minuto de mi libertad lo dedicaré a luchar por la libertad de Colombia”: las palabras de un chantajista profesional que ya no asustan como antes.
Tras los atentados terroristas de Cali, en los que fallecieron siete personas y más de 70 fueron heridas, una de las primeras reacciones entre políticos ahora cercanos al Gobierno del presidente Petro fue justamente la de suponer que se trata de un ataque coordinado por la derecha para desfavorecer a la izquierda de cara a las elecciones. Así lo explicó el impresentable Daniel Quintero: “el plan está siendo ejecutado por grupos narcotraficantes con la participación de grupos golpistas de derecha”.
Con esas u otras sugerencias parecidas, el diagnóstico conspiratorio fue compartido en redes sociales. Como si para entender los problemas de seguridad actuales fuese imprescindible el universo discursivo de las políticas de seguridad (anti)democrática implementadas por las administraciones Uribe.
Y si eso es entre amigos de un sector del petrismo, qué se podría esperar del uribismo en pleno. A Vicky Dávila se le escuchó implorando la llegada de Donald Trump y sus juguetes bélicos ahora que Venezuela entró en los ejercicios performativos de las guerras gringas (“le pido que vengan también a Colombia”, como lo imploró igualmente el propio Álvaro Uribe para garantizarnos la libertad desde su libertad). Paloma Valencia habló de cárcel para los criminales y de recuperar el control del territorio (ya Vicky nos había iluminado con lo de construir cárceles en la selva) y María Fernanda Cabal insistió –novedosa ella– en que llegó la hora de someter a “cada criminal”.
Por el mismo carril de la derecha, Claudia López, que prácticamente había lanzado su candidatura con un “plomo, plomo todo el que les quepa”, reapareció con que “hay que ser implacables por la seguridad”. Ante el ataque con un dron del helicóptero de la policía que se ocupaba de labores de transporte de personal para la erradicación de hojas de coca en el municipio de Amalfi y en el que murieron 13 personas, Mauricio Cárdenas lamentó la ruptura de relaciones diplomáticas con Israel y sus tecnologías para controlar el espectro electromagnético (que vuelvan ya no solo Uribe y el Plan Colombia sino el glorioso Estado de Israel, tan democrático y bien comportado por estos días).
Por ahí mismo, por entre la recitadera del diccionario de posibilidades que Uribe supo redactar, vender, rezar e imponer, David Luna nos alertó a todos con otra originalidad: “seguimos atascados en lo mismo” y “nuestro problema se llama narcotráfico” (por supuesto, escrito en mayúsculas). Van, dice Luna, “por nuestra democracia” y, oh sorpresa, “nuestra libertad”.
A la espera de un diagnóstico menos trillado que no se agote en si podemos o no lanzar nuevos Planes Colombia y si pasar o no de la Paz total a la confrontación absoluta, el presidente Petro optó por impulsar su teoría de la Junta Mundial del Narcotráfico, con sus mafias coordinadas, terroristas y criminales de guerra, que están infiltrados en los puertos, en países vecinos, en Abu Dhabi… en fin, un intento por alertar sobre el carácter transnacional del reto (por fin nos alejamos del parroquialismo de Uribe y sus predicadores) expresado en un lenguaje tan rimbombante, especulativo y alucinatorio como difícil de comunicar.
Ya no hablemos de traducir a política de seguridad.