La última piedra

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Nicolás Rodríguez
08 de febrero de 2020 - 05:00 a. m.
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Antes de saludar a las víctimas del conflicto armado, el presidente Iván Duque les hizo venias en su discurso a los militares, que parecían los verdaderos homenajeados. Por si ello fuese anecdótico o culpa de algún descuido, incluyó primero en la selecta lista de dignidades a José Obdulio Gaviria.

Así empezó el simbólico evento de la llamada primera piedra del Museo de la Memoria. Con ese gesto de reconciliación.

Aprovechó igualmente el presidente para repetir varias veces la palabra terrorismo y hasta se le chispoteó un “basta ya”, que por supuesto no remitía al histórico informe sino a una taimada echada de culpas a la guerrilla exclusivamente. Nada dijo sobre la violencia estatal o el uso estratégico de los paramilitares. Ahí ya no hubo ideología que hubiese que denunciar en el museo.

La intervención anterior, de Darío Acevedo, tampoco aclaró el sentido último de la ceremonia. O de pronto sí. Quedó claro que desde la actual dirección del Centro Nacional de Memoria Histórica imaginan un museo lleno de objetos y representaciones donadas por artistas. Un museo de corte tradicional, en el que la autoridad para decidir lo que nos será compartido se ejerce desde arriba. Acá las víctimas, salvo que sean militares, les ceden sus experiencias de violencia a los curadores, pero no son consideradas productoras de conocimiento.

En vez de agradecer que nos podrían guiar hacia el añorado museo, el Gobierno da a entender que es sobre ellas. No es que las comunidades victimizadas sean depositarias de algún mensaje especial, podría haber dicho Acevedo. Es que tienen que aprender sobre sí mismas y lo que les pasó. Para eso, además, usaremos el Arte, por supuesto con mayúscula.

Vamos hacia un museo de la revictimización, en el que además los militares cuentan con gabinetes especiales para desplegar sus soles e insignias. Lo que era la primera piedra en realidad tomó el peso de la última. En vez de una ley, un libreto de punto final.

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