De entre las muchas voces que le cayeron en gavilla a Petro con el tema de los centros de consumo controlado, una en particular llama la atención.
Y no es la del Procurador, de quien si se espera algo es justamente que se inspire con algún chistecito jurásico y sin gracia, como que el alcalde “se la fumó verde”. Muy creativo pero no, no es esa picarona ocurrencia en la que quisiera detenerme. Como tampoco lo es la de recurrir al estado de opinión para debatir si se legaliza o no (algo que además nadie ha propuesto), como quiera que sin argumentos morales y chistes flojos, el debate le toca darlo en las urnas, con el democrático espíritu de los prohibicionistas (diga: ¿sí o no?).
Del Procurador y sus delirios podemos pasar. Por el contrario, en la que sí vale la pena detenerse un rato es en la voz del experto. En este caso, la del toxicólogo oficial de la guerra contra las drogas: Camilo Uribe Granja. Sobre los centros de la discordia, al conocido médico varios medios de comunicación corrieron a pedirle su opinión personal. Vale decir: que la permisividad no es el camino (como tampoco es la moral una rama conocida de la toxicología); que “se cae de su peso” que hay correlación entre consumo y crimen (dio el ejemplo de quien toma LSD y lo primero que hace es saltar a matar gente); que la enfermedad adictiva no tiene cura (una sentencia de la que bien se podría inspirar el Procurador para su referendo anti legalización); que otros casos parecidos de centros como el que propone el alcalde no han disminuido el número de consumidores (como tampoco los han incrementado, según y como lo explicó en su crónica sobre las narcosalas Ricardo Abdahllah), y que los tratados internacionales no permiten este tipo de iniciativas (en sintonía con la ministra de salud, quien ya fue corregida por el ex presidente Gaviria en entrevista con el periódico El Tiempo: “Está equivocada, afirmó Gaviria, las convenciones internacionales obligan a los países a perseguir a los carteles de la droga, pero en términos de consumo respetan la legislación interna de cada nación").
Estos fueron, a grandes rasgos, los aportes del experto. Quien además afirmó que en el tema había mucha desinformación. El mismo recurso retórico que ya antes había usado para explicar lo inexplicable: en charla casualmente promovida por la embajada de los Estados Unidos, el científico aseguró que el glifosato era de baja toxicidad. Según el reporte “Toxicología del glifosato”, elaborado por el mismo Uribe, el acido presenta “baja toxicidad en animales” y en humanos “la toxicidad aguda es baja”. No por nada el entonces embajador William Wood citó al experto, en tiempos de movilización campesina contra la aspersión de cultivos de coca. Lo que pasa, les dijo el experto a los asistentes a la Cámara de Comercio de Cúcuta, por allá en el 2003, es que hay mucha desinformación.
Y esta es la misma voz autorizada, cabe recordarlo, que en calidad de director del Invima le negó el registro sanitario al ridículamente inofensivo té Coca Nasa, que porque no se puede contravenir la Convención de 1961 sobre Estupefacientes. Este es, también, el mismo experto que desde el 2005 hace parte de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes, la amigable JIFE, desde donde se le ayuda con tecnicismos jurídicos a la guerra contra las drogas, al paso que se matonean los derechos ancestrales de los indígenas. Frente a la prohibición del mambeo de hoja de coca por parte de la Naciones Unidas, por ejemplo, un artículo de Juan Camilo Maldonado cita las comprensivas palabras de nuestro experto: “ninguno de los países andinos hizo ninguna salvedad en la convención y sus parlamentos los ratificaron. ¿Qué culpa tiene la JIFE de que hayan firmado lo que no es?”
Tan pronto acabó de (des) informar a sus oyentes el toxicólogo en cuestión (léase el político con bata), a Humberto de la Calle, invitado al programa radial en el que se discutió recientemente la propuesta del alcalde Petro, se le escuchó decir: “este es el tipo de voz que debemos escuchar”. Y entonces hablan los expertos.