Tres meses después y una de las banderas del gobierno del presidente Duque, aquello por lo que saca pecho, es que “hemos logrado liberar 5.000 parques de jíbaros”. Una política fundada en el populismo judicial, que nadie sabe cómo miden o para qué sirve. Es el Estado ondeando como gran cosa la bandera de las asociaciones de padres de familia.
Y esa es la bandera de mostrar. Ondean otras cuyos significados ni siquiera el presidente está en capacidad de exponer. Las nebulosas bases de la economía naranja, sobre las que tantas dudas hay, fueron explicadas en París con una referencia a los siete enanitos de Blancanieves. Sobra decir que si el propio presidente no se toma en serio es muy difícil que el ciudadano capte el sentido último, si lo hubiese, de su bandera naranja.
Cuando no es ligereza, el liderazgo de la administración se manifiesta en un discurso doble que se contradice. Lo que se dice y hace en Colombia en materia de paz no es necesariamente lo mismo que defienden en el exterior. Ahí sí hay una estrategia.
En Colombia el discurso de Duque y su partido político es abiertamente contrario a los fundamentos de la justicia transicional. En vez de un escenario de construcción colectiva de verdades, quieren que los militares sean juzgados por personas especiales y que los miembros de las Farc estén en desventaja. Hay una evidente displicencia hacia el trabajo del Centro de Memoria Histórica y frente a las víctimas ni siquiera abogaron por su autorrepresentación en el Congreso.
Llegado el momento del aplauso internacional, el discurso de Duque en París sobre los Acuerdos de Paz bien podría haber sido el de cualquier embajador de la administración de Santos. Respetuoso de las normas, conciliador y moderado, Duque asumió como suyas las bondades del mismo proceso de paz que en casa, mientras Uribe negocia, pretenden limitar.
Quizás esa sea, después de todo, la bandera a cuadros.
Tres meses después y una de las banderas del gobierno del presidente Duque, aquello por lo que saca pecho, es que “hemos logrado liberar 5.000 parques de jíbaros”. Una política fundada en el populismo judicial, que nadie sabe cómo miden o para qué sirve. Es el Estado ondeando como gran cosa la bandera de las asociaciones de padres de familia.
Y esa es la bandera de mostrar. Ondean otras cuyos significados ni siquiera el presidente está en capacidad de exponer. Las nebulosas bases de la economía naranja, sobre las que tantas dudas hay, fueron explicadas en París con una referencia a los siete enanitos de Blancanieves. Sobra decir que si el propio presidente no se toma en serio es muy difícil que el ciudadano capte el sentido último, si lo hubiese, de su bandera naranja.
Cuando no es ligereza, el liderazgo de la administración se manifiesta en un discurso doble que se contradice. Lo que se dice y hace en Colombia en materia de paz no es necesariamente lo mismo que defienden en el exterior. Ahí sí hay una estrategia.
En Colombia el discurso de Duque y su partido político es abiertamente contrario a los fundamentos de la justicia transicional. En vez de un escenario de construcción colectiva de verdades, quieren que los militares sean juzgados por personas especiales y que los miembros de las Farc estén en desventaja. Hay una evidente displicencia hacia el trabajo del Centro de Memoria Histórica y frente a las víctimas ni siquiera abogaron por su autorrepresentación en el Congreso.
Llegado el momento del aplauso internacional, el discurso de Duque en París sobre los Acuerdos de Paz bien podría haber sido el de cualquier embajador de la administración de Santos. Respetuoso de las normas, conciliador y moderado, Duque asumió como suyas las bondades del mismo proceso de paz que en casa, mientras Uribe negocia, pretenden limitar.
Quizás esa sea, después de todo, la bandera a cuadros.