UNA VEZ ELEGIDO PRESIDENTE DEL Partido Conservador, José Darío Salazar anunció, sin recato alguno, que radicará un proyecto de ley para penalizar el aborto en Colombia.
Poco importa si lo consultó o no con su partido, lo cierto es que el conservatismo persiste en la cruzada contra sectores específicos de la sociedad que contrarian las verdades del derecho natural.
En este caso las víctimas son las mujeres, pero no hace mucho que, junto con ellas, otros eran los afectados por la creencia en ese mismo orden inmutable que tanto trasnocha al hombre conservador. Los practicantes de otras religiones, claro, pero también las minorías étnicas, los “hijos ilegítimos”, los comunistas, los liberales, los masones y en general todo lo que pudiese oler a diferencia.
Así era antes el pensamiento conservador y así es hoy, como bien lo pueden probar ya no las mujeres, sino los homosexuales. Es más, una mirada rápida a algunas páginas institucionales prueba que el pa rtido le es fiel a la doctrina: si de conservar se trata, todo está dado entre sus creencias para que las jerarquías, inherentes al orden natural, se mantengan y reproduzcan en el tiempo.
Tan es así que por estos días en que se conmemoraba el aniversario del lamentable asesinato de Álvaro Gómez fueron muchas las voces de reconocimiento a este político conservador que, aunque visionario en temas como el de la legalización de la droga, no tuvo reparo en acompañar a su padre, Laureano Gómez, en la formulación de la “acción intrépida” contra el liberal y el “atentado personal” para hacer invivible la República. El mismo Gómez que se opuso a la reforma agraria y abogó felizmente por el “desarrollismo”, aquella creencia en que antes de repartir es preciso crecer.
Tan mal de héroes y de doctrina no es casual que algunos se pregunten si el Partido Conservador está atravesando por una crisis ideológica. Con todo, cuando su nuevo presidente nos informa que hará lo posible por “acabar con el aborto” uno se cuestiona si no sería mejor ponerle fin al partido.