En un evento reciente, ante un auditorio de militares e interesados en temas de seguridad, al presidente Duque se lo oyó tajante y confuso. Como siempre.
De entrada: “El gran enemigo de la seguridad que tiene nuestro país es el narcotráfico”. El comodín del narcotráfico como origen y explicación. Causa y efecto.
El coco del narcotráfico y sus buenos compañeros los “narcoterroristas”. Esos serían los principales culpables de los “homicidios colectivos”. Ya había afirmado el presidente Duque que no son masacres, son homicidios colectivos. “Las cosas por su nombre”, indicó con firmeza.
Tienen razón algunos de sus funcionarios en que el concepto de “homicidios colectivos” no se lo inventó el presidente y es de uso común en las Fuerzas Militares desde la administración de Andrés Pastrana. Un “tema técnico”, según el director del Departamento Administrativo de la Presidencia, Diego Molano.
Lo que olvidan mencionar es el tras bambalinas de la confección de las categorías que se deben o no usar para hacer legible la violencia, como lo explica Winifred Tate para el caso de los derechos humanos. En el fondo, de lo que se trata es de darle un sentido al acto violento a través de una palabra, que de cualquier forma siempre será frustrante. O reductora. Pero nunca inocente.
En los inicios del Plan Colombia, cuando el paramilitarismo iba en alza y el Ejército era obligado a conjugar el lenguaje de los derechos humanos, se sabe que los paramilitares aprendieron de categorías y derecho internacional. Se pusieron técnicos.
Si van a masacrar escondan los cadáveres, esa era una de las novedades. Ojo al conteo de muertos. Los resultados fueron más desaparecidos y cuerpos por encontrar, para hacerle el quite a la presión que ponían las masacres iniciales, cometidas a la vista de todos los medios de comunicación.
La insistencia en el uso de la categoría de “homicidios colectivos” puede ser leída como un legado de esos aprendizajes técnicos.