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Leche de vaca flaca

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Nicolás Rodríguez
03 de febrero de 2012 - 11:00 p. m.
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Es tal la arrogancia de algunos defensores de los derechos absolutos de los animales que ya empieza uno a considerar, ante sus miradas reprobadoras, que pueden oler a distancia si una familia entera almorzó pollo o res. Si se sigue alimentando el fundamentalismo, en un futuro no tan lejano los vegetarianos serán terroristas y sus víctimas, clientes tipo Augusto Carne a su Gusto.

Del otro lado de la ecuación, los burlones, que también se nutren de la pedantería, boicotean lo que pretende ser un debate. En el caso reciente de los toros habría un más allá, en el Arte con mayúscula, que solo unos pocos iluminados han sido escogidos para entender. En general, los mismos que posan para las sociales (quiéranlo o no) medio disfrazados de españoles.

Estos son los primeros en señalar la contradicción obvia en la que yo mismo me encuentro: aunque como carnes rojas, no disfruto la función. Y entonces se oyen burlas, que porque qué cinismo el del tonto preocupado que se opone al toreo sin antes renunciar a su chaqueta de cuero azul. Entre tanto, los fundamentalistas ondean las banderas de la prohibición. Y muchos ahí, en la mitad, pensando en dejar la leche, la leche dietética que suponemos de vaca flaca, pues igual no entendemos (o no queremos entender) lo que requiere la industria para existir.

Con todo, para los tercos que insisten en desmarcarse, a continuación dos acotaciones.

La primera, por lo pronto, me escapa por completo (o me resulta de difícil digestión). Frente al sufrimiento animal, un mandamiento (incompleto y descontextualizado, pero igual perturbador) de Fernando Vallejo: “respeta a los animales que tengan un sistema nervioso complejo, como las vacas y los cerdos, por el cual sienten el hambre, el dolor, la sed, el miedo, el terror cuando los acuchillan en los mataderos, como lo sentirías tú, y que por lo tanto son tu prójimo. Quítate la venda moral que te pusieron en los ojos desde niño y que hoy te impide percibir su tragedia y su dolor. Si Cristo no los vio, si no tuvo ni una palabra de amor por ellos, ni una sola (y búscala en los evangelios a ver si está), despreocúpate de Cristo, que ni siquiera existió”.

La segunda, menos radical pero que igual implica otro cambio, y también de gustos, viene de lo político. Consiste en presionar a Petro en su promesa de acabar (reformar bastaría) con zoonosis, que es esa especie de perrera municipal en la que durante mucho tiempo electrocutaron todo lo que recogieron. Gatos y perros. Por ahí están las imágenes, y también los testimonios. La Administración haría bien en continuar con las jornadas de esterilización, mejorar los tratos y condiciones en que son guardados los animales, e intensificar el programa de adopción canina, que ya existe pero no forma parte de la política central de zoonosis. Hoy por hoy, de hecho, se salvan de la inyección, además de por sanos y jóvenes, los que tienen la fortuna de parecerse en algo al Labrador. Pues esos son los que la gente quiere adoptar. Quizás por ello el alcalde optó por hospedar a Bacatá, quien viene a remplazar, pese a la mofa de los burlones, al clásico perro oficial que de tan hechizo y prefabricado (lo que llaman “de raza”) verá caer su rabo a los pocos años de nacido.

nicolasidarraga@gmail.com

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