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Leer el paro armado

Nicolás Rodríguez

06 de enero de 2012 - 06:00 p. m.

Lo primero que llama la atención del enigmático plantón en Urabá, la costa norte, Santa Marta y alrededores, es la referencia misma a la noción de paro armado, que solía pertenecer al exclusivo diccionario de las ideas guerrilleras.

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En esta ocasión, las denominadas bandas criminales, que en efecto se componen también de antiguos hombres de armas, de uno u otro bando (incluido por supuesto el ejército), copian los métodos. Se mimetizan.

Pero además boletean con panfletos. Y los papelitos que distribuyen (ya no con la infantil ortografía de tanto mensaje amedrentador pintado en la pared) vienen cargados de patriotera prosa política: que su jefe fue asesinado frente a la familia y no encarcelado, que así no se hacen las cosas en las “democracias sanas”, que qué pasó con el Estado social de derecho, que continuarán con su lucha por una Colombia justa, que la anhelada paz, que lo suyo es, pues, digno de una ONG.

Firman: las autodefensas gaitanistas de Colombia. No Los Urabeños, que es como les dicen las autoridades. Las autodefensas, y además gaitanistas, que en el imaginario colectivo acaso remita a una suerte de revolución, pero que para los entendidos en el insufrible mar de grupos y siglas del paramilitarismo sigue siendo la gente de Don Mario, de El Alemán, del bloque Élmer Cárdenas, de los desmovilizados que no se desmovilizaron, de los paras que son narcos, en fin, de los que se apropiaron, por la fuerza, de muchísimas tierras. De ahí que la aparente amabilidad y falsa cortesía del panfleto se torne, al final, en dictamen, orden, bravuconada, amenaza, disparo: “No queremos ver a nadie andando y haciendo ninguna labor”.

El Estado dio de baja a Juan de Dios Úsuga David, alias Giovanny, y en represalia la nueva generación de narcoparamilitares obligó a un paro armado. Ese es el mensaje. Así paralizaron un pedazo del país. Sin embargo, la situación sigue siendo confusa. De guión pirata. Es bien paradójico, por ejemplo, que mientras más de 20 mil exparamilitares se acogen a una serie de acuerdos, otros, que se supone que no son los mismos, realizan una demostración contundente de plena actividad y vigencia. Algo no cuadra.

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Entre los malpensados se discute, además, la obediencia. Hay quienes se preguntan si la efectividad del panfleto no denota, también, algún grado de acompañamiento en el luto. El ejército y la policía reaccionaron a tiempo e igual, ante la promesa de protección, el paro continuó. Luego puede ser. Alguna simpatía por Giovanny y los suyos habrá. Pero también puede ser todo lo contrario. Y que el recuerdo de una historia de masacres y paramilitares nunca o muy mal desmovilizados mueva al miedo y la parálisis. Lo que explicaría lo disperso y el largo alcance de la zozobra.

Es más, no parece casual que el paro se dé en las zonas que les son más sensibles al conflicto, a los interesados en el narcotráfico y a las víctimas que reclaman las tierras que les fueron usurpadas. Los mapas cuadran. ¿Hasta qué punto, mejor, no es este paro armado un proceso de reorganización paramilitar, un llamado de la ultraderecha a oponerse, a sangre y fuego, a la Ley de Tierras y de Víctimas? Hay precedentes.

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