CON MOTIVO DE LOS 25 AÑOS DEL Palacio de Justicia, el columnista de El Tiempo Saúl Hernández (no confundir con Salud Hernández, aunque a veces escriben en el mismo tono) emprende la patriótica defensa del ex coronel Alfonso Plazas.
El texto, que parece hecho por encargo, no aporta nada nuevo pero continúa por la senda del revisionismo. Es más, utiliza comillas para referirse a los desaparecidos, con lo que ya entra, de plano, en el campo de la negación.
Para no detenernos en la utilidad de estas “columnas” bien valdría, mejor, llevar el debate a otro campo, el de la literatura y sus posibles relaciones con la historia. Porque como están las cosas en términos de impunidad es natural que las interpretaciones del pasado, gubernamentales o no, terminen por reemplazar las verdades que en otros contextos la justicia suele proveer. Para que estos negacionistas de oficio no escriban entonces la historia qué oportuna es la mirada, muchas veces exagerada, de la literatura.
Piénsese por ejemplo en la versión de la masacre de las bananeras de García Márquez, la historia de una huelga que el discurso oficial no tuvo reparo alguno en hacer pasar por movimiento de subversión. En un sentido parecido uno de los aciertos del informe sobre la masacre de El Salado, en el que se narra cómo 450 paramilitares asesinaron a 61 personas, es el de oponerse, desde el título, a lo afirmado en su momento por las autoridades: “no hubo masacre sino combate”.
A propósito de los libros de los doce escritores colombianos invitados al evento Les Belles Étrangères, el portal libération.fr informó que están “repletos de sangre”. Ya lo había advertido un artículo de Semana: además del reconocimiento habrá controversia porque los organizadores, intencionadamente, centraron la mirada en la violencia. Y pese a que uno querría seguirles la cuerda a los que con muy buenas intenciones prefieren bajarle el tono al cliché del país violento, también hay razones, como se ve, para celebrar que se aborden los mismos temas.
