En tiempor de la operación Jaque y el uso estratégico de los símbolos más bien sagrados del derecho internacional humanitario (DIH), a quienes criticaron el abuso de las insignias de la Cruz Roja se les dijo que lo suyo era “una franca estupidez”.
En ese entonces corrían los mismos aires en que la administración Uribe negaba que las víctimas fuesen un actor político legítimo. Por lo mismo, la distinción básica entre combatiente y no combatiente no pasaba de ser, a lo sumo, una más de las armas con que contaban la oposición, las ONG y los grupos de defensores de derechos humanos. Si no es que una estupidez, pura cantaleta.
Ahora, en momentos en que el fuero militar goza del apoyo mayoritario del Congreso, son los propios militares los que exigen que se les juzgue a partir del derecho de guerra o DIH. Hemos pasado, entonces, de un Estado que no comulgaba con el deber ser del DIH, pues lo consideraba casi que anecdótico, a uno que lo invoca como parte de su filosofía y lo quiere convertir en un pilar central de su institucionalidad.
Con lo cual, como en muchos conflictos que ocurren desde hace un tiempo en el mundo, lo humanitario ya no es exclusivamente la excusa y la excepción para intervenir en una guerra, sino la razón misma para hacerla. En adelante, cada que una acción militar de guerra sea evaluada, lo será en el contexto de alguna relación con lo humanitario.
En síntesis, antes de preguntarnos si el fuero militar es contentillo o contención, bien valdría la pena ahondar en las razones que llevaron a que lo humanitario sea ahora el lugar desde el que se justifica (y se legitima) la violencia que ejerce el Estado.
Visto así, el ataque de la Operación Jaque a los símbolos del DIH de pronto y sí fue una franca estupidez.
