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La historia política colombiana está plagada de aforismos electorales que empiezan como chascarrillo y terminan en grito de guerra.
En la larga tradición de frases disparadas a quemarropa sobresale la de José Antonio Montalvo, el ministro de gobierno de Ospina Pérez durante la época de la Violencia. Como se recordará, sin paciencia ni recato el político llamó a defender el poder de los conservadores “a sangre y fuego”. Luego, a Montalvo le colgarán durante el Frente Nacional su medalla de la Gran Cruz de Boyacá para darle decoro a la ocurrencia. O quizás también porque las palabras reproducidas con bombo y tinta en la prensa colaboraron con los miles de muertos.
Ahora los uribistas, que en general han cultivado el oficio de las frases lapidarias con verdadero amor artesanal, proponen una singular metáfora corporal: “lo que es con Uribe es conmigo”. Los interesados han dicho que esta es una suerte de actualización pública del familiar estribillo con que fue amenazado en 2007 alias la mechuda (Luis Fernando Herrera): si lo veo, decía un Uribe telefónico entre homofóbico y coloquial, le voy a dar en la cara. En efecto, las amenazas se parecen.
Pero también es posible que el lenguaje de la camorra y los puños sea algo más que una chiquillada de Pachito Santos y su entusiasmo creativo. Y que el ejercicio publicitario agarre ribetes de sangre y fuego, como ha sido en parte la tradición. A Miguel Antonio Caro, un publicista de renombre que también hacía política, se le adjudica un comentario que ya de entrada era un epitafio: "En Colombia no existen partidos políticos sino odios heredados". Hacia ese pasado avanzamos.
El estribillo “Lo que es con Uribe es conmigo” es un llamado a los cuerpos pero infunde miedo en los espíritus. Sobre todo entre los que viviremos la política que se hará en el posconflicto si los referentes siguen siendo los del conflicto.
