La noticia de la semana corre por cuenta del portal que enhorabuena han decidido apoyar el Centro Nacional de Memoria Histórica, VerdadAbierta.com y la Fundación Ideas para la Paz.
De nombre Oropéndola, la nueva página reúne trabajos hechos por víctimas y artistas profesionales que han abordado el tema del conflicto.
Que la noticia sea buena no quiere decir que lo que ya se puede consultar (y lo que está por verse) sea necesariamente positivo: si por positivo nos vamos a lo que se entiende en credos oficiales como los del posconflicto. La idea del arte y el conflicto no necesariamente lleva a la reconciliación. La naturaleza de Oropéndola quizás sea otra.
¿Cuál? Atrevido decirlo. Sabemos lo que de pronto no es. Del arte nadie espera una verdad periodística o judicial, cuya singularidad es que está en la búsqueda de una fecha, un culpable, una víctima o una sentencia. De la verdad periodística y judicial se suele esperar un punto final. Por el contrario, el arte es quizás la última traba frente a la tentación del cierre.
Oropéndola tampoco es consuelo. No restaura nada. Ni complace a nadie. Su verdad es otra. La sospechosa idea de lo terapéutico en el arte no debería ser utilizada para convertirlo en un soporífero. Oropéndola es la promesa de un espacio libre de condescendencias.
Si Adorno postuló que “escribir poesía después de Auschwitz es bárbaro” probablemente lo hizo pensando que la poesía puede llevar a una idea tan falsa como peligrosa: que la cultura redime. Su aforismo ha sido citado demasiadas veces. El propio Adorno lo reformuló un tiempo después cuando aceptó que el sufrimiento prolongado tiene tanto derecho a expresarse como un hombre torturado tiene de gritar.
La representación del dolor y la violencia es entonces posible. Pero el sentido original del famoso aforismo de Adorno guarda su vigencia: el arte también puede derrapar en la mentira de la restauración. Oropéndola no está para eso.