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“La JEP es un lastre para la Paz”… Ese es el título de una columna de opinión publicada en Semana por un militante del Centro Democrático y debidamente posteada por Álvaro Uribe en sus redes sociales. La razón no es otra que los hallazgos recientes de estructuras óseas en la Escombrera, un avance para las víctimas de la operación Orión llevada a cabo en la Comuna 13 de Medellín entre octubre y diciembre de 2002 con la intervención de fuerza pública, organismos judiciales e informantes encapuchados.
Según Diego Fernando Murillo, alias ‘Don Berna’, en la operación participaron sus hombres con trabajos de inteligencia. De inteligencia paramilitar, para ser más exactos.
Nadie niega la efectividad de la operación Orión si se trata de guerra puramente antisubversiva y acceso al control del territorio. Luego vale la pena preguntarse, una vez más, ¿en qué consistió esa inteligencia paramilitar? ¿Cómo definirla? ¿Cuál es la inteligencia de lo paramilitar? O mejor, ¿puede el paramilitarismo ser inteligente? Para muchos, la respuesta a esta última pregunta sigue siendo afirmativa.
A diferencia de lo que plantea la columna de opinión mencionada, los esfuerzos investigativos de la JEP no tienen por propósito darle “un blindaje de impunidad a las FARC” o buscar “relatos para golpear políticamente al presidente Álvaro Uribe”. Por el contrario, de lo que sí se trata en esta ocasión a través de la búsqueda de personas desaparecidas es de quebrar los relatos amañados de guerra que impiden que se vea a través de las políticas de seguridad implementadas para combatir grupos armados insurgentes.
Es la mirada del encapuchado y su dedo delator, inmortalizada en más de una fotografía de la operación Orión, la que la JEP nos permite cuestionar. En ese dedo impune que decide sobre la suerte de más de un joven reposa la inteligencia de lo paramilitar. Por supuesto, al margen de cualquier proporcionalidad, distinción entre civiles y combatientes o respeto alguno por los derechos humanos.
