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HAY ALGO MACABRO EN LA ORDEN presidencial de identificar los cadáveres de los guerrilleros y entregarlos a sus familiares para que no continúe la extendida práctica del anonimato en sus sepulturas.
“¡No más guerrilleros enterrados como NN!” ha dicho Juan Manuel Santos, con el propósito evidente y bienintencionado de humanizar la guerra. El contexto en el que se produjo el anuncio, sin embargo, no fue el más inocente. Recién venían de ocurrir los hechos militares de Guapi, Cauca, en los que murieron 27 guerrilleros. Antes de eso, la guerrilla quebró su tregua unilateral y mató a 11 soldados. Entonces volvieron los bombardeos del ejército.
La causalidad de estos acontecimientos es por supuesto discutible. Lo que no está en duda es que el proceso de paz atraviesa por un mal momento. Medidas aparentemente retóricas como las de la identificación de los NN caídos en combate le agregan algo de empatía a esta guerra tan violenta y degradada. Si desde alguna oficina del Estado (ya que no desde la del exministro de Defensa) se considera que los guerrilleros no son “ratas” que viven en “madrigueras”, algo se habrá avanzado.
Sin embargo, el resultado tampoco es que sea para aplaudir. La nueva política frente a los NN también supone el reconocimiento de un hecho atroz: ante el Estado y su institucionalidad, los guerrilleros adquieren una existencia humana con nombre propio tan pronto pierden la vida. En Colombia, podría decirse, medicina legal también se encarga de bautizar.
Hay lugares del país en los que la cédula no garantiza absolutamente nada. Un mal día cualquier joven sin recursos que ha logrado escapar de la guerrilla y demás reclutadores, cae en una redada del ejército. Algo tan humano como la libertad para escoger le habrá sido negada. No será un NN de la guerrilla pero tampoco un alumno universitario.
Además de humanizar la muerte sería bueno garantizar que la vida sea humana.
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