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Primero participaron 18 países, Colombia incluida. La versión inicial de la campaña naval Orión contra el narcotráfico fue encuadrada por Duque en el lenguaje habitual del deber moral: “No queremos a los niños de nuestras sociedades víctimas de la adicción a las drogas”, etc.
De la primera fase a la quinta ya no eran 18 países sino 25, además de 51 instituciones y agencias nacionales e internacionales. Las áreas patrulladas iban del mar Caribe a los océanos Atlántico y Pacífico. Una fase más y fueron 29 los países involucrados.
Entre fase y fase los informes finales han ido creciendo en decomisos, arrestos, retos logrados y articulación de esfuerzos. Además de acumulación de hipérboles.
Sobre la séptima versión, ahora con la participación de 38 países, desde el Gobierno anunciaron con modestia: “Esta es la operación multilateral más grande de la historia contra el narcotráfico”.
Ya vamos, según cifras oficiales, en 88 instituciones y centros de inteligencia. Con todo tipo de resultados satisfactorios. En la rendición de cuentas cada renglón parecía arrancar antecedido de un firme: “Nunca antes tantos éxitos en…”.
Si la tendencia sigue, no habrá récords por batir.
No es fácil medir el verdadero éxito de la estrategia ni mucho menos el sentido de su renovado optimismo. En tan solo un mes y medio habrían sido decomisadas 116 toneladas de cocaína, incautadas 69 embarcaciones, cinco aviones y tres semisumergibles.
La novedad está en el protagonismo de la Armada de Colombia y la posibilidad de una mayor cooperación entre países. Los marcos de interpretación asociados al tema de la droga siguen siendo, sin embargo, los mismos de siempre.
Por mucho que Duque acepte que el consumo es un tema de salud pública, el dominio de lo militar en la conducción de las actividades y la propia escenificación de los resultados confirman que se avanza con fuerza hacia el pasado.
Las cifras de incautaciones históricas son tan viejas y repetidas como la guerra contra las drogas.
