Además de contar muertos, algo tristemente necesario en la coyuntura de violencia y persecución de líderes sociales que vive el país, es igualmente importante que los muertos cuenten. Con el asesinato del músico Ángel Marino Beltrán, marimbero reconocido, desaparece uno de los encargados de transmitir la memoria ancestral del Pacífico colombiano.
Sobre la música de descendencia afro, el periodista, literato y político tolimense José María Samper escribió a finales del siglo XIX que era contraria al progreso. Según el ilustre liberal, el currulao, esa “horrible síntesis de la barbarie”, debía desaparecer para que “la civilización” pudiese reinar.
Samper, evidentemente, no estaba solo en su animosidad hacia la cultura negra. A diferencia de ritmos como el bambuco, que para muchos a principios del siglo XX debía ser parte integral de la identidad nacional, el currulao o la marimba fueron siempre vistos con lejanía. Si no es que desprecio.
El profesor Jorge Luis Aparicio, en un iluminador artículo sobre la marimba y la modernidad publicado en la revista Historia Crítica, describe cómo la prensa de los alrededores de 1910, en Tumaco, ayudó a que se condenaran los ritmos africanos por su “indelicadeza” y “frenesí”, además de su relación con “actos escandalosos e impúdicos”.
Un artículo citado por Aparicio viene al caso: “Ya es tiempo de que Tumaco, población que va adquiriendo tintes de civilización y de progreso, se despoje de antiguos hábitos coloniales. La marimba, instrumento de los pueblos salvajes, nos hace recordar así como si estuviéramos en alguno de los pueblos del África”. Eso pensaban los redactores del periódico El Micrófago.
Desde entonces, no ha sido ni fácil ni evidente el camino recorrido por los que han abierto un espacio a los sonidos que vienen de la selva y del mar del litoral Pacífico. Marimbero, integrante del Grupo Folclórico Socavón de Timbiquí y profesor, Ángel Marino Beltrán fue asesinado en Timbiquí.
Además de contar muertos, algo tristemente necesario en la coyuntura de violencia y persecución de líderes sociales que vive el país, es igualmente importante que los muertos cuenten. Con el asesinato del músico Ángel Marino Beltrán, marimbero reconocido, desaparece uno de los encargados de transmitir la memoria ancestral del Pacífico colombiano.
Sobre la música de descendencia afro, el periodista, literato y político tolimense José María Samper escribió a finales del siglo XIX que era contraria al progreso. Según el ilustre liberal, el currulao, esa “horrible síntesis de la barbarie”, debía desaparecer para que “la civilización” pudiese reinar.
Samper, evidentemente, no estaba solo en su animosidad hacia la cultura negra. A diferencia de ritmos como el bambuco, que para muchos a principios del siglo XX debía ser parte integral de la identidad nacional, el currulao o la marimba fueron siempre vistos con lejanía. Si no es que desprecio.
El profesor Jorge Luis Aparicio, en un iluminador artículo sobre la marimba y la modernidad publicado en la revista Historia Crítica, describe cómo la prensa de los alrededores de 1910, en Tumaco, ayudó a que se condenaran los ritmos africanos por su “indelicadeza” y “frenesí”, además de su relación con “actos escandalosos e impúdicos”.
Un artículo citado por Aparicio viene al caso: “Ya es tiempo de que Tumaco, población que va adquiriendo tintes de civilización y de progreso, se despoje de antiguos hábitos coloniales. La marimba, instrumento de los pueblos salvajes, nos hace recordar así como si estuviéramos en alguno de los pueblos del África”. Eso pensaban los redactores del periódico El Micrófago.
Desde entonces, no ha sido ni fácil ni evidente el camino recorrido por los que han abierto un espacio a los sonidos que vienen de la selva y del mar del litoral Pacífico. Marimbero, integrante del Grupo Folclórico Socavón de Timbiquí y profesor, Ángel Marino Beltrán fue asesinado en Timbiquí.