Afuera, cuando es preciso brillar en inglés, habla el presidente progresista, liberal y moderno. Para todo lo otro y en época electoral, basta con el uso del drogadicto para ambientar el repudio o del jíbaro para meter miedo. Así es como se justifican las políticas.
Cuesta trabajo imaginar el tipo de reunión que tuvo Santos con sus asesores antes de decidirse por la imagen de una aparatosa retroexcavadora demoliendo una casa. La iniciativa es tan primaria que hasta la derecha a la que le apuntan estos “flashmob” presidenciales tendrá sus razones para sentirse insultada.
Acabar por la vía de la maquinaria pesada con los espacios de expendio y consumo conocidos como “ollas” no es algo tan novedoso. De pronto sí lo es la manipulación mediática, como quiera que otras administraciones no siempre se han jactado de su incapacidad para apoyar reformas urbanas que no violen los derechos humanos. Pero esta no es la primera oportunidad en que una autoridad saca sus juguetes de construcción.
Es más, en materia de políticas de embellecimiento hay antecedentes. En particular una, promovida ya no por el gobierno de turno sino por el propio cartel de Cali, a finales de la década de los ochenta. “Cali limpia, Cali linda” fue la consigna con la que se legitimó la violencia contra personas consideradas problemáticas y se institucionalizó en buena parte lo que se conoce también como limpieza social. Si se quiere, una oda estética a la desaparición forzada.
Por supuesto, no será esta la vía promovida por Santos y su equipo de campaña. Pero su visión del problema de la droga sí pertenece al mismo errático camino que alguna vez se pensó que modificarían. Entre el consumidor y posible habitante de calle que frecuenta los espacios demolidos, y la figura del “desechable” construida en los ochentas, hay una frágil pared que sigue en construcción. Y que se puede tumbar facilito a ritmo de retroexcavadora.
