Cualquiera sea el futuro del proyecto de reforma de ley que legaliza la compra y venta de marihuana en Colombia adelantado por el valiosísimo representante liberal Juan Carlos Losada, viene a cuento el uso estratégico que hizo Álvaro Uribe de la posibilidad de su prohibición durante años.
Como se sabe, consumir marihuana es legal desde que la Corte Constitucional le dio prelación al libre desarrollo de la personalidad. Desde entonces, Uribe se dedicó en sus épocas de gobernante y congresista a tratar de revertir lo fallado.
En más de seis ocasiones Uribe y los suyos intentaron pasar proyectos para la prohibición absoluta del consumo de marihuana. Al final se pusieron creativos. Era tan evidente la bienvenida global a sus usos medicinales, que optaron por dejar de lado la insistencia en la criminalización para apuntarle a la idea del enfermo. Por cuestiones de salud pública llegaron a proponer la alegre creación de tribunales de tratamiento de drogas con jueces, médicos y trabajadores sociales.
Las razones para tal despropósito son igualmente memorables. Las causalidades entre el consumo y lo que le sigue, trazadas a mano alzada por el caudillo, pasaron de agache ante sus altos índices de popularidad. El teflón, que llamaban. En palabras de Uribe, el que consume marihuana se degrada. Estábamos ante “un vicio insuperable”. El consumo, sobra decirlo, crea “familias disfuncionales”. El que consume marihuana evidentemente se torna violento. Y por supuesto corre, a la velocidad de cualquier persona trabada, a buscar otras sustancias. Es que “el consumidor llega a estados de alienación”.
Meto una preguntica por acá tipo referendo (¿Está usted de acuerdo con que…) y una por allá. Ese fue el método. Al margen de cualquier información verificable sobre los riesgos dramáticos de la marihuana y más allá de los niveles reales o fingidos de conservadurismo en sus diatribas, de lo que siempre se trató fue de ganar votos extras para alguna de sus correrías.
