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Durante la invitación al Congreso que se les hizo a las víctimas de las Farc, una de las personas que intervinieron pidió una mayor presencia de la religión en lo que falta por discutir.
“A este proceso le falta Dios”, dijo, pese a que la Conferencia Episcopal Colombiana es de hecho una de las tres instituciones protagonistas en La Habana, junto con la Universidad Nacional y las Naciones Unidas.
Por consiguiente, podría decirse que Dios tiene a algunos de sus representantes en Cuba. Suponiendo que exista algún acuerdo frente a que se trata del Dios correcto, lo que no está tan claro es si los representantes elegidos realmente son los que deberían ser (si son, dijéramos, representativos). Está en duda, pues, si los que participan en la mesa de negociaciones encaran la situación de las víctimas desde el mismo lado y con las mismas sensibilidades. O si, pese a la sombrilla religiosa, el encuadre utilizado crea sus exclusiones: una cosa es hablar de derechos humanos desde la Conferencia Episcopal y otra de amenaza terrorista desde la Universidad Sergio Arboleda.
Con todo, debería haber el suficiente espacio para discutir las dos posturas. Y si es preciso y deseado, que otras religiones, con sus dioses, también intervengan. El punto en realidad no es religioso, es político. Y si hasta la Iglesia tiene sus fracturas y divisiones, no se entiende que algunos consideren que las negociaciones en La Habana están mal encaminados porque traen consigo demasiada división y enfrentamiento (demasiada política).
O peor: que haya críticos a los que les parece cuestionable que las víctimas obtengan algún poder político. Pues ciertamente no serían las primeras en hacer política a partir de sus propias experiencias de dolor, como quiera que ya varios políticos lo han intentado. Algunos, como el expresidente Álvaro Uribe, con mucho éxito electoral y más bien poca capacidad para el perdón (pese a su publicitada creencia en la Iglesia católica).
