Nadie discute que la obra fotográfica de Jesús Abad merecía el Premio Nacional de Fotografía con el que fue galardonado por el Ministerio de Cultura. Lo que no está tan claro es lo que significa ese reconocimiento. ¿Cuáles son sus implicaciones?
El periodismo juega un rol vital durante el posconflicto. Gracias al trabajo de los reporteros, muchos de ellos amenazados y perseguidos, nociones básicas de la justicia transicional han ganado espacios. Es el caso, por ejemplo, de la búsqueda y la defensa del acceso a la verdad.
Con el fotoperiodismo ocurre igual.
No es fácil clasificar la obra de Jesús Antonio Abad. Su trabajo fotográfico es muchas cosas a la vez. Periodístico, por supuesto, pero también político en el sentido de que hay una toma de posición. Artístico como quiera que sale y entra de los museos con naturalidad. E internacional: más personas conocen y se interesan por los legados de la guerra colombiana gracias a que las fotos de Abad literalmente no conocen fronteras. Ni nacionales ni materiales, pues viajan, por igual, en archivos de papel y digitales.
Dicho lo anterior, es en el marco de la memoria histórica en donde las fotografías de Abad tomaron nuevos rumbos. La mayoría de las veces como ilustración de lo narrado en textos especializados, pero en otras, mucho más significativas, como relatos en sí mismos. Su serie recién premiada, titulada “Mata que Dios perdona”, pone el foco en la religión y es una buena muestra de las narrativas que habría que retomar. Como relato visual, las fotos van más allá de la mera ilustración.
Quizás sea hora de expandir el horizonte de conocimientos considerados legítimos por la justicia transicional. Las fuentes disponibles no se agotan en la palabra escrita y los testimonios orales. Con obras como la del fotógrafo antioqueño lo visual clama por un lugar protagónico en la Comisión de la Verdad. ¿Cuál es, pues, la verdad que encierran las imágenes de Abad?