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Una de las grandes conocedoras del galeón San José publicó un libro en tono revisionista con el objetivo claro de poner el hundimiento de la nave en el contexto de la historia colonial y la Guerra de Sucesión.
Al primero que le clavó sus dardos fue a Gabo, de cuyo famoso pasaje en El Amor en los Tiempos del Cólera básicamente dijo que todo era falso. Que le pegó, si acaso, a la identidad de los ingleses que dispararon y a la fecha del naufragio. Lo de “un cargamento de piedras y metales preciosos por medio millón de millones de pesos de la época” fue corregido con gracia, detalle y condescendencia.
Para Carla Rahn el tesoro histórico del galeón son los oficiales, la tripulación y los pasajeros que murieron, además del barco. Todo lo otro son anécdotas. Novelerías, chismecitos de viejos jugando dominó: realismo mágico. Frente a las exageraciones de la memoria los defensores de esta corriente dirán que es preferible que reine una historia incontaminada. El archivo, el dato frío. La Verdad.
Pues bien, tras el anuncio del hallazgo del San José hecho por un presidente eufórico y algo necesitado de pasiones patrioteras, desde España varias voces han empezado a sermonear sobre la verdadera naturaleza del asunto. Que el barco de guerra les pertenece y su carga también. Que no se debe decir tesoro sino patrimonio o nos acusan con la Unesco. Y así.
Un editorial muy celebrado de El País hasta regañó al gobierno de Mariano Rajoy por sus pretensiones, pero dejó en el aire el tonito indulgente. Tomen, quédenselo. Es suyo. Cartagena de Indias, nos concede el generoso editorial, no es una ciudad española.
En fin, la historia nos la siguen contando desde España nuestros hermanos mayores. Y que si no es España porque no existía, aclaran los eruditos, entonces toca reflexionar en clave de monarquía católica. Ahí sí la memoria, pero del imperio. De la Corona.
