La gran neblina coloreada como consecuencia de los incendios canadienses impidió por bastantes horas que los neoyorquinos vieran como antes. De repente, un filtro anaranjado lo tapaba todo.
El registro visual está en las redes y los medios de comunicación. Al fin y al cabo se trata de Nueva York… Sin embargo, otras brumas que tampoco dejan ver a quienes las padecen pasan desapercibidas.
El humo que encapotó a Nueva York es una oportunidad para hablar no solo de cambio climático sino de la tiranía de sus representaciones visuales. Que quizás son más importantes, ya que de su difusión e interpretación dependen tanto lo que se considera real y verdadero como lo que no.
El cambio climático, puede decirse, se construye visualmente. El proceso es tan arbitrario y caprichoso como desequilibrado. O de plano injusto. El lugar de origen de la imagen y su circulación ponen las condiciones. Quizás se trate del mismo fenómeno, cambio climático, pero se vive de maneras muy diferentes. Una cosa es California y otra Manila.
Hay una larga lista de ejemplos de imágenes que nunca funcionaron. O que dejaron de hacerlo. Para los investigadores de la cultura visual del cambio climático, medir el verdadero impacto de una imagen no es tarea fácil. Osos polares parados en un bloque solitario de hielo compiten con fuegos descontrolados y otros animales más o menos identificados como parte de lo que está por extinguirse.
Los aires inhóspitos de unos determinados espacios parecerían menos dañinos que otros igual de contaminados. Cuando se incendian selvas también imaginadas visualmente como “pulmones del mundo”, hay todavía quienes consideran que, por tratarse de tierras tropicales y lejanas, tanto humo es parte rutinaria del paisaje.
En fin, las realidades sociales de quienes ya sufren las consecuencias en los lugares menos equipados para adaptarse se ven borrosas ante los ojos globales y todopoderosos de los satélites. Unos casos son vistos y otros invisibilizados. ¿Cómo quitarle la neblina al cambio climático?