Bastante se ha avanzado desde cuando se decía que la violencia se debe a que el Estado no hace presencia en determinadas zonas, y que hay zonas de violencia porque el Estado no tiene acceso.
La literatura de algunos expertos en construcción de Estado permite algún entendimiento de uno de los temas que más produce explicaciones circulares que del huevo llevan a la gallina. Para volver al huevo.
Con motivo de la época de la Violencia, un autor norteamericano planteó hace ya bastantes años que el Estado había colapsado parcialmente después de haberse fortalecido durante las primeras décadas del siglo XX. La tesis fue acogida, pero se le hicieron cambios. En futuros análisis, el Estado se había refortalecido al salir de la Violencia y como consecuencia de algunas políticas implementadas durante el Frente Nacional, pero de una manera selectiva. No todo el Estado había crecido de la misma forma.
Ante la fuerte violencia de la década de los 80 nuevas preocupaciones llevaron a viejas preguntas. ¿Tenía o no el Estado el añorado monopolio de la violencia? ¿Lo aparentemente patológica que era la situación había terminado acaso por afectar hasta al Estado? Un pedazo relevante de la respuesta provino de la historia, la comparación y el deseo ejemplar de bajarle al tono moralista de los comentaristas.
La formación del Estado moderno en occidente no era un capítulo de diez días, ni estaba plagado de malandrines. La colonia, además, legó sus vicios. Para el recién premiado Fernán González, el Estado tiene una presencia diferenciada según el territorio. Ni más Estado lleva necesariamente a menos violencia, ni el Estado es fallido, como lo hicieron creer algunos noveleros, que también los hay en el mundo de la academia.
Los interesados pueden remitirse al libro Poder y violencia en Colombia, del padre González, en donde encontrarán las claves históricas y analíticas acumuladas durante más de 30 años de trabajo dedicados al resbaloso tema del Estado.