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Cualquiera sea su origen colonial, el futuro de los objetos de origen africano que guardan celosamente los museos franceses está en veremos. El presidente Emmanuel Macron encargó un informe sobre el tema cuyo contenido, que debía ser entregado oficialmente ayer por Bénédicte Savoy y Felwine Sarr, les da la razón a los interesados en la devolución permanente de todo lo usurpado.
Según profesores dedicados al tema, el dato de los 100.000 objetos que se supone albergan los museos franceses es bastante conservador. Un museo como el Quai Branly tiene cerca de 70.000 objetos africanos.
Cualquiera sea el número exacto, hay un acuerdo tácito sobre la necesidad de devolver lo saqueado como parte del botín de guerra, la expedición punitiva (léase ultraviolenta), la misión etnológica y por supuesto la herencia militar o el regalito casual entre reyes y políticos (¿para cuándo la devolución de lo regalado a España?).
El asunto general quizá le sea útil al tipo de gobierno que adelanta Macron (que se vende como el joven modernizador), pero supone un tsunami en la vida cultural de los europeos. Pronto serán Berlín, Londres o Bruselas las que tengan que sincerarse sobre la violencia que esconden sus afamadas colecciones.
Lo robado nunca les perteneció a los franceses, pero hace parte de su identidad, como el colonialismo. Senegal, Nigeria, Etiopía, Mali y Camerún están entre los países que esperan el retorno de sus objetos. Y como con Berlín, Londres o Bruselas, esto apenas empieza para los africanos. ¿Se animará Egipto, por ejemplo?
Mientras algunos consideran que el saqueo está en la base de lo que muchos museos decidieron apodar arte moderno, otros, igualmente inspirados, si no es que inspiradores, les recuerdan a los europeos que los objetos que tanto atesoran tienen una ciudadanía más plena que los africanos que pretenden migrar desde las antiguas colonias.
