Otro nostálgico

Coronado el paciente ejercicio que supuso leer las columnas de opinión y algunos de los textos de Darío Acevedo Carmona, historiador y candidato a director del Centro Nacional de Memoria Histórica, sobresalen varias verdades difícilmente controvertibles.

Lo primero es que estamos ante un uribista de los de antes. Un admirador del caudillo que no se permite indiscreciones u opiniones críticas. En su rígida cosmovisión, por encima de las ideas buenas, regulares o pésimas del uribismo está la defensa del líder. A lo que le sigue una alineación (si no es alienación) con las paranoias del propio Uribe y su apego a la doctrina del enemigo interno y la lucha contra el comunismo.

Lo segundo es que Acevedo no concibe un mundo más allá de la nostalgia por esa misma guerra fría que tanto enardece a Uribe. Por consiguiente, en su versión de la justicia transicional con las Farc (y en particular de la JEP y la Comisión de la Verdad, pero también de lo que ha sido precisamente la labor del Centro Nacional de Memoria Histórica) el candidato ve una “mirada izquierdista”, un “sesgo izquierdizante” y “un libreto para justificar la violencia revolucionaria”.

Lo tercero, por consiguiente, es que Acevedo no conoce el trabajo del Centro Nacional de Memoria Histórica. Habrá que decirlo otra vez: en los informes no solo los paramilitares o los militares son cuestionados, también las guerrillas. Y no se habla exclusivamente de sus motivaciones para hacer la guerra, pues el género, la raza y la edad de las víctimas son categorías que filtran la información.

Finalmente preocupa que no hay suficientes referencias en sus textos, aun si críticas, a las labores de otras experiencias de justicia transicional. Con razón duda de la existencia de un conflicto armado en Colombia: no adquirió empatía. Para Acevedo el mandato de las víctimas es inexistente. Cree que tiene el imperativo moral de equilibrar las interpretaciones del conflicto hacia el lado de los militares. Como si de eso se tratara.