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En amables imágenes todo se ve verde y natural. Un oasis. El monocultivo viene acompañado de frases explicativas igualmente grandilocuentes. La construcción de un futuro verde está asegurada, dicen. Somos “sostenibilidad y progreso” se lee por ahí, en clave de propaganda corporativa. Somos el hogar de 130 especies de aves, mamíferos… Desarrollo, eso somos. Es más, ¡la sostenibilidad es posible! Somos biodiversidad.
La COP16 que se celebra en Cali incita a otra perspectiva. De hecho, supone que nos detengamos a mirar. El apacible paisaje de la caña de azúcar que muchos defienden (tanto así que algunos quieren declararlo patrimonio de la humanidad) puede ser leído como el reflejo de más de una cosa.
Ideas varias sobre el territorio circulan con el paisaje de la caña de azúcar en el Valle del Cauca. A quién le pertenece el territorio y a quiénes no, por ejemplo. Los dueños son unos y no otros. El paisaje lo reivindica una y otra vez.
El paisaje de la caña, con todo y sus verdes de un mismo color, también es posible leerlo como un evento colonial. Al margen de las voces que defienden su existencia se silencian las historias de comunidades indígenas y afrodescendientes desplazadas.
Muy rara acá, dicho sea de paso, la insistencia del alcalde de Cali en la “reconciliación” cada que habla de la COP16 y defiende el paisaje de la caña. ¿De qué va esa reconciliación si no es de los defensores del paisaje de la caña con ellos mismos? ¿O es que las plantaciones de azúcar de la que tanto se lucraron los poderes europeos coloniales no pasaron por acá?
“No todo lo verde es biodiverso” nos recuerdan desde El Proceso de Comunidades Negras, Enramada y el Programa para los Pueblos de los Bosques. El paisaje de la caña de azúcar no es tan natural, inocente y bienintencionado. Su estética aguanta cualquier interpretación, pero que no nos las vendan como un ejemplo de biodiversidad.
