Por estos días leí en una nota de El Colombiano una frase alarmante que no impresionaba, que no alertaba. Una oración genérica: “la situación en el Catatumbo ha generado un grave panorama de violencia”.
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No debería ser así, pero es tan permanente la exposición periodística de la región del Catatumbo a los relatos del conflicto armado que irrumpen la apatía y, aún peor, la indiferencia.
La idea de un “panorama de violencia” es en sí misma una renuncia a identificar de qué va lo que acontece. Como cuando se hablaba de “la época de La Violencia”, que ocurría sin que nadie se lo explicara, como un vendaval. Sin sujetos ni rupturas.
Acá “la violencia” es, una vez más, un megarrelato que todo lo envuelve y determina. No es lo que ocurre, sino lo que enmarca. Un telón de fondo. Un panorama que es paisaje.
Por fortuna, hay antídotos para sacar de esa naturalización al Catatumbo. Otros panoramas son posibles. La artista Noemí Pérez presenta uno que viene al caso: Panorama Catatumbo. Una obra en la que, como ella misma lo explica, “mi afán siempre ha sido hacer visible al Catatumbo”.
Una tarea aparentemente sencilla que, sin embargo, como en la expresión coloquial del periodista de El Colombiano, puede no llevar a nada.
Del Catatumbo se habla sin hablar del Catatumbo. Catatumbo era el nombre de un bloque paramilitar. Catatumbo es sinónimo de masacres, de frontera, de violación de los derechos humanos, de crisis humanitaria, de coca como monocultivo y de guerrillas, de abandono estatal. De extractivismos varios.
La lista sigue y seguimos sin ver el Catatumbo, sin hacerlo visible como bien nos lo recuerda la artista.
Frente a esta indolencia, Pérez antepone sus dibujos e instalaciones, en los que podemos ver de otra manera y desde otro lugar lo que le ha pasado a la naturaleza, a los animales, al entorno y los que han tenido que dejarlo.
Es otro panorama.