Los bloqueos afectan los derechos de terceros. Sin importar lo que pretenda el bloqueo, la vida sigue. La gente tiene que comer. Las enfermedades no se detienen. Moverse es indispensable en el día a día de muchas personas. Comida, medicinas, gasolina: todo es necesario. “Protesta sí, bloqueos no”.
En torno a ese pegajoso mensaje se unió la radio colombiana. Quizás con razón. La protesta, afirman, sigue siendo legítima. Los bloqueos, en cambio, no tanto. Están condicionados. Tienen repercusiones. Los bloqueos deben parar.
Con el paro, sin embargo, también paran otras cosas. Al detenerse el engranaje habitual, con el tiempo no solo lo material para. Cuando todo se detiene, cuando todo para, otras dimensiones de la vida cotidiana saltan a la vista. El freno obliga a que salgan a la intemperie.
Es exactamente lo que pasó en Cali con las familias de blanco. Y de bien. Cuando todo paró y ya no hubo lugar para la normalidad, vimos las armas. A plena luz del día. Hombres armados, con el visto bueno de uno que otro policía vigilante (hay video), dispararon contra la minga.
Protesta sí, bloqueos no. Paramilitarismo también.
Está tan naturalizado el racismo que parecería normal y justificado responder al paro indígena con balas. “Autodefensa” es su eufemismo. Con el paro salen a flote ya no solo los rifles y demás, sino también las falsas equivalencias. Las provocaciones, algunas con machetes, de indígenas baleados desde camionetas blancas merecen su respuesta ciudadana.
Pues eso es lo normal.
Ante la comunidad internacional también el presidente Duque le juega a la semántica del paro. Hacia afuera y en buen inglés, todo es respeto a los protocolos y los derechos humanos. En casa la militarización es la receta. Además de la incapacidad para denunciar ya no solo los excesos oficiales, sino la violencia por mano propia.
La anormalidad de una sociedad paramilitarizada, eso es lo que el paro, al parar, pone de presente.
