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Nicolás Rodríguez
23 de marzo de 2012 - 11:00 p. m.
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En el tema de si se osa o no hablar del depresivo fracaso de la guerra contra las drogas, es una verdadera pena constatar que el nivel de imposición estadounidense no se limita al permiso para discutir.

Muy desde arriba nos han dicho que en Cartagena se abordará en algún punto la problemática legalización de las drogas, y que ello únicamente para recordar por qué es que están prohibidas. Estados Unidos viene, pues, a recalcar que su moralismo sin ética no será objeto de análisis. El monólogo como agenda política.

E igual nos entusiasmamos. Los del patio trasero hemos sido invitados a dialogar sobre nosotros mismos, en nuestra casa, y nos piden que celebremos. No se puede opinar, claro, y los convidados también requieren de algún tipo de etiqueta y comportamiento. La ocasión ha permitido, por ejemplo, que el periodismo latinoamericano haga gala de su mejor racismo en el trato de inferioridad que le dan a Evo Morales, el de la agenda coquera.

Internamente, de paso, nuestras élites políticas también gustan de reproducir el modelito vertical. Como es obvio, en la lista de invitados no figuran por ningún lado las comitivas encargadas de tramitar las objeciones y ansiedades del campesinado que produce día a día la materia prima para las drogas. Pese a que la marihuana ni siquiera es un narcótico, a los que la cultivan se los trata de narcotraficantes, con toda la pesadez política que el término arrastra.

No habrá espacio, si a eso vamos, para plantear ya no la legalización o el porqué del fracaso de la guerra, sino la instrumentalización de la prohibición. Como mecanismo regulador del orden social, la receta ha sido exitosa. Que lo digan si no los inmigrantes centroamericanos y afrodescendientes que, desde los inicios de la dichosa prohibición en Estados Unidos, pasan su tiempo en una cárcel.

En fin, que obviamente son muchas las cosas que uno quisiera que se abordaran en esa función de cine mudo que promete ser la Cumbre de las Américas.

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