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En una de las fotografías utilizadas por los promotores de la campaña titulada “Sí a la paz”, una mujer alegre carga una caja con verduras verdes y es seguida por el tronco atractivo y en camisa de su posible pareja, que también lleva una canasta en la que anidan unas refrescantes lechugas.
En cualquier otro contexto, la composición evocaría la bucólica visita a una granja de productos locales debidamente seleccionados para consumo inmediato, sin intermediarios. La imagen pretende que ese sea el caso. Incluso la leyenda que la acompaña se la juega por una corrección política algo incomprensible: “Donde había campos abandonados y desplazados, habrá nuevas cosechas”. Los desplazados, se diría, desaparecieron.
En esta ocasión fueron desplazados de sus propias historias para darle espacio a una bienintencionada campaña que le apunta a un público demasiado falso. Pero hay otras imágenes que no se recuestan en la obviedad de una estrategia política que destiñe en formol la historia del conflicto para captar el voto de un electorado urbano que se supone que no conoció la guerra.
Los desplazados tienen rostros y dejan rastros. No son fábulas. Tampoco estadísticas. Muchos deambularon como pudieron en los semáforos de esas mismas ciudades. No es necesario recurrir a los fotomontajes de separata turística para hacer más digerible la violencia. El voto no es una invitación a pasar ratos de sol agradables en el futuro, como en el fotomontaje. Para mucha gente, el plebiscito sigue siendo una cuestión de vida o muerte.
El mal ejemplo escogido no es una tendencia. Sin embargo, ilustra hasta qué punto es muy sencillo tergiversar los mensajes para que se imponga el sí. Y si tal cosa es posible, lo mismo pueden hacer los interesados en el no. En materia de montajes, la guerra informativa ya arrancó. Y no hay que ser Uribe para participar: Pastrana le va al no y prefirió photoshopear su propia trayectoria. El sí tiene que ganar, pero con más altura.
