"Qué bueno poder decir que terminamos el año con..."

Los días 30 y 31 de diciembre, Santa Cecilia, en el municipio de Astrea, Cesar, vivió momentos de pánico tras la irrupción de matones no identificados empeñados en incendiar casas al peor estilo de la violencia de los años cincuenta.

Para muchos el fin de año va de baile y uvas de buena suerte. Se celebra lo que quedó atrás y lo que está por venir. La ruptura. Para otros, como en Santa Cecilia, los días finales de diciembre son apenas la continuación de una época que no termina. Si no es que el inicio de algo idéntico.

En su discurso de fin de año, al presidente se le escuchó una fórmula retórica que consiste en repetir que “qué bueno poder decir que terminamos el año con...”. La utilizó seis veces consecutivas y hubo espacio hasta para una inverosímil autopalmadita en el hombro, tipo “¡qué bueno decir que terminamos el año con nuestro país aún más respetado a nivel internacional!”.

El incendio de ocho casas con el que terminó el año a orillas del río Cesar es una prueba más de lo difícil que es darle algún sentido a los hechos de violencia. Un pueblo puede ser arrasado y la noticia, cuando la hay (que no es este caso), es que no hubo víctimas fatales.

Con algo de suerte queda la idea de que hubo un desplazamiento, tal y como ocurrió en el año 2000, cuando los paramilitares del bloque Norte irrumpieron en Santa Cecilia para asesinar a 12 personas, señalar de guerrillera a toda una población y proceder al saqueo de sus tierras.

Pero “desplazamiento” es una palabra muy neutral, cómoda y casi cómplice. Incluso cuando le cuelgan el “forzado” suena a que se está ante la negociación de un movimiento programado. Entre tanto, al ver que incendian sus casas la gente huye aterrorizada.