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Demoler el edifico Mónaco que habitó la familia Escobar, como lo propuso el alcalde Federico Gutiérrez, es contundente, entendible y sugestivo. Además de perfectamente inútil.
Medellín no está sola en su lucha contra la banalización del turismo que en otras partes llaman negro y que en Colombia es apenas pastel, gris, café o cualquiera sea el color amarillista de la publicidad que promueve los narcotours.
En Ámsterdam tres son los lugares favoritos de peregrinación turística. Los coffee shops que venden y permiten el consumo abierto de marihuana. El barrio rojo en el que las prostitutas trabajan y son iluminadas en vitrinas con luces de neón. Y la casa de Ana Frank. La misma en la que la joven judía escritora del famoso diario y siete personas más se escondieron durante dos años de los nazis.
No es fácil determinar en qué orden los turistas visiten las tres atracciones. La casa fue convertida en los 60 en un museo de punta que aun y así no le ha sido ajeno a la tiendita de souvenirs. En plan pedagógico venden diarios de Ana en todos los idiomas, pero no faltan los pósters y las chucherías.
Otros lugares del turismo negro del Holocausto la tienen más oscura. En el campo de concentración que fue alguna vez Auschwitz es común y corriente posar para una selfi. En familia o en grupo de amigos el ambiente es también de campo de verano.
El Poblado, Medellín, Colombia o Latinoamérica la tienen más difícil. El “homenaje a la victimas del narcotráfico” que propone el acalde va bien con la otra verdad que quedó faltando… Desaparecido el edificio Mónaco y construido el gran parque de la esperanza, ¿qué piensa hacer con las telenovelas? Prohibida la cultura popular, ¿cómo hacer para que Netflix le baje al heroísmo?
Censurada cualquier referencia cultural posible, ¿qué hacer con la guerra contra las drogas? ¿Cómo recordarla si todavía sigue ahí?
