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La historia del Museo Británico es también la historia del saqueo ya no solo inglés sino europeo. El tema de la repatriación de artefactos, anteriormente tabú, ya está en la agenda de discusión en países como Alemania, Bélgica y los Países Bajos.
En muchos sentidos la curaduría que perdura fue ideada en el siglo XIX para justificar museos imperiales o nacionales. Los mismos que hoy, para dar un énfasis de diversidad e inclusión, llaman “mundiales”.
Por lo mismo, es entendible que produzca algo de risa conocer que el Museo Británico fue robado por un empleado que ya fue despedido. El material desaparecido, que data del siglo XV a. C. al XIX d. C., se compone en principio de piedras preciosas, joyería de oro y cristal.
Según el director, Hartwig Fischer, el museo “va a esforzarse por recobrar los objetos”. Una frase que, leída desde África, da para soñar. Como Fischer, otros funcionarios reaccionaron con expresiones igualmente divertidas. George Osborne, por ejemplo, expresó su asombro al conocer que “piezas de la colección habían sido robadas”.
La lista definitiva de objetos desaparecidos está en investigación. Y lo que es peor, como lo explicó Dan Hicks, autor del libro The Brutish Museums, no hay un catálogo completo y consultable de lo que estaría al cuidado de la histórica institución. De los cerca de ocho millones de piezas existentes, solo el 62 % está en una base de datos pública.
El daño para los que administran el Museo Británico es enorme, pero lo es aún más para la lógica sagrada con la que todavía se argumenta que este, uno de los museos más visitados en el mundo, es también uno de los lugares naturales para el cuidado de “los tesoros de la humanidad”.
Cómo puede uno cuidar algo si ni siquiera sabe que lo tiene, se pregunta Hicks. Y con él, toda una generación joven de activistas transnacionales que piden la reforma del museo como institución colonial.
