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Si no es vergonzoso, tampoco honorable

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Nicolás Rodríguez
30 de junio de 2012 - 12:51 a. m.
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La palabrita produce risas, sarcasmos, comentarios traviesos. Suspicaces. Blasfemos. Incluso carcajadas, pues no faltan los sobreactuados. Pero tan pronto desaparece la indignación, todos volvemos al uso consuetudinario del “honorable” para referirnos a los congresistas.

La pregunta no es hasta cuándo (que también), sino por qué. ¿Por qué es un honor ser congresista? ¿El honorable es el congresista o el Congreso? ¿Quien entra al Congreso ya es honorable o es ahí en donde bebe honorabilidad? ¿El Congreso es fuente de honorabilidad? ¿Por qué es honorable el congresista que maneja borracho y no el policía que le pide que no lo haga? ¿En realidad es más honorable quien representa a la ciudadanía que quien tolera al que lo representa?

La idea acá no es provocar. La democracia es el menos malo de los gobiernos y el Congreso es necesario. Está bien. Todo eso es cierto. ¿Pero de dónde viene entonces tanta reverencia hacia el congresista? ¿Y por qué la insistencia en el honor?

Gracias a una copiosa literatura histórica hoy sabemos que el honor tuvo un rol fundamental en el ordenamiento de las sociedades coloniales. El honor tenía mucho que ver con las virtudes personales pero éstas provenían, a su vez, de la ascendencia social. Del apellido y el color de la piel. En tiempos modernos, el honor le abrió paso al concepto de difamación. Pero por difamar se iban a duelo, con todo y espadas. Luego la vida por el honor.

Como sea, el honor ya no es algo que se hereda y tampoco debería ser lo que se compra en un mercado de votos. Lo de la honorabilidad en el congresista es aceptar que tal político es un privilegiado, un bendecido. Es naturalizar su pedestal. Y no hay que olvidar, de cualquier manera, que no se puede pensar el honor sin su contrapartida, la vergüenza.

Y así como nadie habla de “vergonzoso congresista”, no deberíamos insistir en lo de honorable.

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