El video y la fotografía editada de la cabeza de Santiago Ochoa sin cuerpo nunca han debido circular libremente.
Es la imagen, de alguna manera, de miles de desaparecidos sin identificación oficial.
Para los familiares de los desaparecidos, las fotos son mucho más que retratos de los que ya no están. Son la imagen privada del álbum familiar que se desvanece. La posibilidad de una presencia real en el espacio público.
Álbumes familiares detenidos en tiempos mejores de repente cobran vida y militancia. Cualquiera al tanto de lo ocurrido en las dictaduras del Cono Sur identifica visualmente la silueta de un desaparecido.
Ante el Estado colombiano el desaparecido no existe salvo presencia de un cuerpo entero. Si el cuerpo de la persona violentada les fue entregado a sus familiares en pedazos, difícilmente habrá una aceptación del hecho violento.
Antes del discurso de la memoria histórica y la justicia transicional ya existía un ejercicio conmemorativo de las personas violentadas. Al margen de lo oficial. Con nombre o en su mayoría sin nombre. Los NN.
Lo forense toma tiempo y exige un perpetrador fácilmente identificable. Además de un cuerpo entero. Sin grupos armados debidamente identificables en la zona de la desaparición, tampoco hay reconocimiento. El desaparecido depende del pedigrí institucional del perpetrador.
Si no hay grupos armados en la zona que quepan en las categorías de turno, el hecho violento nunca ocurrió. El desaparecido nunca fue.
A estas y otras injustas insuficiencias institucionales están enfrentados los que buscan a sus familiares desaparecidos. En la historia reciente de las desapariciones forzadas en Colombia la regla es la negación.
El desaparecido depende de un lenguaje oficial incapaz de asumirlo. Los desaparecidos lo son, además de la violencia física, por cuenta de los arreglos institucionales. El reconocimiento de una víctima se reduce a una categoría burocrática.
Sin cuerpo entero y debidamente identificable, no hay papeles que permitan avalar su existencia.