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Del discurso de Petro hace ya unos días ante los militares, muchos nos quedamos en si la expresión “paz total” le pertenecía o si era un invento de la prensa. Según lo pudo rastrear La Silla Vacía, fue el senador Iván Cepeda quien introdujo el término al diccionario gubernamental. El concepto, por lo demás, aparece varias veces en el Plan Nacional de Desarrollo.
Como sea, el resto la intervención fue eclipsada por la paternidad de la paz total. El discurso, sin embargo, es una oportuna radiografía histórica de los momentos de violencia vividos en el país con miras a contestar la pregunta sobre cuál debería ser la estrategia de seguridad. La síntesis sobre la época de la violencia partidista y el inicio de las guerrillas liberales dio hasta para recomendar la lectura del libro clásico de La violencia en Colombia. La fase de la violencia insurgente fue explicada con una que otra experiencia personal y hubo tiempo para desmenuzar la etapa que le sigue, la de las economías ilícitas, en la que el conflicto ya no giraría en torno a ideologías o tradiciones políticas.
Más allá de las cortadas de camino (poco o ningún peso real tuvieron las víctimas en esta gran historia presidencial de la violencia, para dar solo un ejemplo), me quedo con dos mensajes.
El primero fue enunciado con claridad: no se debe aplicar en esta etapa que corre ninguna de las recetas ideadas para solucionar violencias anteriores. Dicho de otra manera, superemos la mentalidad antisubversiva, la persecución del enemigo interno y demás herencias de la Guerra Fría. Se requieren, en cambio, formas de desactivar las economías de guerra.
El segundo, igual de explícito pero que pertenece al mundo de lo no dicho: es posible entablar una relación cordial y adulta con los integrantes de las Fuerzas Militares sin introducir melosos gestos de amor a la patria y sus héroes cada dos oraciones, como era costumbre.
